Capítulo 4

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Observó cómo, sobre la hasta entonces vacía alfombra de intrincado diseño situada en el centro de la habitación, comenzaba a formarse algo, como si un viento caprichoso que él no podía sentir arrastrase los colores que conformaban la alfombra elevándolos y reuniéndolos en el mismo sitio comenzando a girar cada vez más rápido, a volverse cada vez más denso, repitiendo un baile que él había visto incontables veces hasta que, poco a poco, comenzó a distinguirse una figura que se concretó en una chica cuyo largo pelo negro caía escapándose del velo blanco que la cubría. La miró hasta que la chica levantó la cabeza.

—Ya os dije... —comenzó cuando se detuvo al verlo—. ¿Quién eres? —exigió levantándose mientras retrocedía un paso—. ¿Dónde están todos?

—Soy Sae —se presentó inclinándose—. Si por todos os referís a vuestra familia, deben estar en la sala gemela que hay en vuestra casa.

—¿Por qué hablas así? —le preguntó aquella chica mirándolo—. ¿Y esa ropa? ¿Por qué vas vestido como alguien que parece sacado de una serie antigua? Espera, ¿Sae? No me digas... no me digas que todo eso era vedad.

—Si por todo eso os referís al contrato, sí.

—¿He sido ofrecida en sacrificio?

—Sí.

—¿A un dios?

—Sí.

—¿Yo?

—Sí —asintió por tercera vez con paciencia. Después de tantas veces sabía por experiencia que era mejor contestar las preguntas por más absurdas y repetitivas que pudiesen ser.

—Pero es imposible.

—No lo es. Y ahora, si me hacéis el honor, os llevaré con el señor Jeon.

—Jeon —repitió aquella chica—. Muy bien, llévame hasta él —aceptó y él suspiró aliviado. Al menos aquella no lo había obligado a perseguirla por toda la casa ni había empezado a llorar.

Comenzó a avanzar ceremonial hasta que, al llegar a la puerta, se detuvo llamando.

—Amo, vuestra compañera ha llegado —anunció abriendo.

—Adelante —le pidió este de manera que se apartó.

—Entrad —le indicó viendo como aquella chica tragabasaliva antes de hacerlo y en cuanto estuvo dentro, él cerró la puerta. Y ahoraa esperar otros ciento cincuenta años.



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Al día siguiente estaba preparando el desayuno mientras miraba cada cierto tiempo hacia la habitación del señor Jeon. A pesar de que ya era media mañana aún no había salido ninguno de los dos, lo cual significaba que no surgieron contratiempos, pero ambos debían tener hambre ¿debería ir a preguntarles qué deseaban hacer? ¿Y si los sorprendía? No sería la primera vez que lo hacía y debía admitir que no quería pasar por aquello de nuevo ya que era demasiado incómodo. Incómodo y doloroso. Saber que su amo había estado con alguien, que ahora mismo podía estarlo... detuvo aquellos pensamientos por enésima vez.

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