Capítulo 22

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—Esta será tu habitación —le indicó el señor Kwon apartándose y él entró, mirando el sencillo cuarto que daba a un pequeño jardín—. Las mantas están en ese armario —prosiguió señalando la puerta en la pared—. Si necesitas más, dímelo. Dado que eres el familiar de Jeon, es posible que encuentres la ciudad celestial fría sin él.

—Gracias.

—Cualquier cosa que necesites, solo tienes que decirlo... ¿quieres energía?

—Ahora no, gracias —rechazó.

—¿Y qué es lo que ha pasado para que el señor Jeon te traiga aquí sin previo aviso y ambos tengáis esas caras? —le preguntó Suei.

—Suei —lo regañó el señor Kwon sorprendido—. Discúlpale, está preocupado. Como todos —añadió.

—No importa.

—¿Entonces podrías decirnos qué ha pasado? —solicitó esperanzado.

—Que he fallado como familiar —contestó—. Y ahora con permiso —se despidió cerrando la puerta sin mirarlos antes de apoyarse en ella.

—Señor Kwon, Suei —los regañó Gae sorprendido.

—Nunca pensé que tú me regañarías —rezongó la voz de Suei mientras se escuchaban pasos que se alejaban.

—Cierto, yo tampoco pensé que llegaría un día en el que Gae te regañaría —asintió el señor Kwon mientras las voces se perdían.

Se dirigió al centro de la habitación y, una vez allí, regresó a su forma original suspirando. Había huido. Y lo hizo porque, durante esa conversación, cada vez que el señor Jeon decía una palabra, algo dentro de él había surgido, crecido; algo oscuro y desagradable que lo instaba a callarlo y no dejarlo hablar, no dejar que volviese a acercarse a Cath, a nadie, con razón o sin ella. Un sentimiento que reconoció al instante. Celos. Celos enfermizos. Y aunque hasta ese momento siempre sintió celos de las compañeras de su amo, ahora se daba cuenta de hasta qué punto aquello no fue sino un sentimiento infantil e inofensivo y es que lo que sintió en aquel momento, lo que sentía ahora... Estuvo muy cerca de cometer una locura que nunca se perdonaría.

Por eso huyó, asustado de sí mismo, de lo que podía hacer si seguía escuchando las pobres escusas del señor Jeon, porque aquello fue lo peor. Si le hubiese dicho que él era un familiar y que su obligación era servirlo, que no tenía derecho a sentirse celoso, ni siquiera molesto porque estuviese con Cath, que era su derecho, él podría haber usado aquello para hacer desaparecer aquellas ideas. Pero lo único que hizo fue disculparse, poner excusas que no hicieron sino alimentar al monstruo que surgía en él hasta que se sintió incapaz de controlarlo, huyendo. Y lo peor era que ni siquiera ahora se sentía capaz de hacerlo. Al final, aquellos sentimientos lo habían dominado transformándolo en un espíritu corrupto. Por suerte, allí no podría hacerle daño a nadie. Ni a Cath ni al señor Jeon, pensó mirando un zarcillo oscuro que se deshizo como si fuese humo desapareciendo.



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