Capítulo 9

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Seguí a Marc a la cocina y ocupé una silla mientras lo veía ponerse un delantal blanco. Por suerte, el mareo se me había pasado un poco durante el trayecto en coche.

—¿Necesitas ayuda? — pregunté, con la esperanza de que dijera que no. Se me daba fatal cocinar.

—No. Ponte cómoda.

Sacó una botella de agua y me la tendió. Se lo agradecí y la dejó encima de la mesa que había delante de mí, juntamente con un vaso. Sonreí y me dio la espalda de nuevo, comenzando a sacar los utensilios que necesitaría para preparar el plato.

Jamás había estado en una cocina profesional de restaurante. Los fogones eran de tamaño industrial, al igual que los electrodomésticos y todo el material. Al otro lado de la estancia, había una estantería repleta de vinilos. Vi un tocadiscos justo al lado. Parecía ser muy antiguo. Abandoné la silla y caminé hacia allí.

—Es una reliquia familiar. Los vinilos son de mi padre— comentó como si nada cuando le pregunté por el artilugio—. Pon alguno, si te apetece.

No tuvo que repetírmelo dos veces. Tras estudiar todas mis opciones, me decanté por reproducir uno de los álbumes de Labor. Marc me lanzó una mirada jovial cuando la primera canción comenzó a resonar en la estancia.

Me desplacé en su dirección y me apoyé en la encimera, viendo como rebozaba dos trozos de bacalao con destreza. Se había vuelto a hacer un moño, quitado la americana y arremangado las mangas de la camisa. Estaba para comérselo. También había pelado y cortado las patatas y las había echado en una sartén llena de aceite.

—No es la primera vez que haces esto, ¿verdad?

Negó sin desviar la atención de sus quehaceres, pero los hoyuelos no tardaron en adornar la comisura de sus labios.

—Llevo correteando por este restaurante toda mi vida—comentó tras remover las patatas de la sartén. A continuación, metió el bacalao en otra sartén y se lavó las manos—. Ven — susurró, pasando por mi lado y tomándome de la mano, entrelazando sus dedos con los míos.

El corazón me dio un vuelco y las chispas se prendieron en mi estómago mientras me guiaba hacia donde estaba el tocadiscos. Me señaló una foto en blanco y negro enmarcada que había colgada en la pared. Su mano viajó hacia mi antebrazo y tuve que concentrarme para ignorar el hormigueo que su tacto me producía.

—¿Quiénes son? — pregunté, fijándome en la pareja que aparecía en la imagen. El hombre poseía las mismas facciones que Marc.

—Mis abuelos — expuso, con la vista clavada en ellos —. Fundaron este restaurante a finales de la década de los cincuenta. Mi padre nació pocos años después y creció aquí, entre estas cuatro paredes. Él y mi madre han dedicado toda su vida a seguir con el negocio familiar.

Sin añadir nada más, regresó a los fogones y siguió cocinando. Lo seguí y me coloqué a su lado, apoyándome en la encimera, a una distancia prudencial para no entorpecer su labor.

—¿Cuál es tu primer recuerdo aquí? — no pude evitar preguntar, dejando que mi fan interior saliera a la luz.

Frunció los labios en pose pensativa y comenzó a emplatar las patatas. El color de sus ojos adoptó un matiz cálido y me derretí ante su expresión titubeante.

—Probablemente cuando mi abuelo me enseñó a tocar la guitarra— contestó finalmente—. Solía tocar una vez por semana para los clientes. Me encantaba escucharlo. Una tarde me puso en su regazo y me indicó como se cogía una guitarra. Yo debía de tener unos seis años.  Al final aquello acabó por convertirse en una rutina — expuso con cariño —. Me transmitió su pasión por la música—. Suspiró y sacó el pescado de la sartén —. Gracias a él he llegado donde estoy. Y no me imagino haciendo otra cosa, la verdad.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora