Capítulo 29

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Permanecí en silencio durante unos segundos, perdida en la intensidad de su mirada, muy consciente de la huella fresca de sus labios sobre los míos. El hecho de que su atención estuviera totalmente centrada en mí hizo que me sintiera poderosa,valiente.

Sin musitar palabra, lo tomé de la mano y caminé hacia la puerta. Al irrumpir en la sala de estar, vi que April no estaba sola. Spenser estaba de pie en el recibidor, con las llaves de su coche entre las manos. Ella, por otro lado, se estaba poniendo la chaqueta.

Las pupilas azules de Spens se dilataron cuando percibió la presencia de mi acompañante. Este último carraspeó detrás de mí y no pude evitar sonreír al sentir su incomodidad. Si no recordaba mal, la última vez que se vieron Marc lo llamó Romeo.

—Vamos a ir a por unas pizzas — dijo April —. ¿Queréis que os traigamos algo?

La duda me invadió de forma momentánea y me volteé en dirección a Marc, quien me dedicó una tenue sonrisa. En ella leí una respuesta clara: yo decidía, tenía el control.

—Tráete dos más — acabé por contestar.

Tras despedirse, cruzaron el umbral de la puerta y abandonaron el apartamento. Una vez a solas, no tardé en notar el tacto de las manos de Marc entre las mías, los erráticos latidos de mi corazón y el volátil remolino de sensaciones en la base de mi estómago.

Sin soltarlo, comencé a caminar por el pasillo, pasando la sala de estar de largo y entrando en mi habitación. Me estremecí cuando me soltó y se plantó en el centro de la estancia. Su mirada curiosa comenzó a pasearse por cada rincón del lugar, parándose finalmente en el corcho que ocupaba parte de la pared. Estaba repleto de fotos, recortes y fragmentos de canciones. Me mordí el labio inferior cuando intuí que sus ojos habían hallado allí mi pequeño altar en honor a Labor. Siempre me había tomado muy en serio mi faceta fan.

—Veo que estuviste en el concierto que dimos en el O2 Arena hace cuatro años — musitó, con la entrada del concierto en cuestión entre las manos y las cejas alzadas.

Sentí como mis mejillas se teñían de rojo y tragué saliva. Mis padres me habían llevado al concierto en cuestión por mi cumpleaños.

—Fue la primera vez que os vi en directo — admití, dibujando una sonrisa nerviosa con los labios —. Y la única.

Volvió a colgar la entrada en cuestión en el corcho y se desplazó en mi dirección de forma pausada, con una expresión fanfarrona gravada en la cara.

—¿Cuántos años tenías entonces? — prosiguió, relamiéndose el labio inferior.

—Catorce — me escuché contestar, muy consciente de la tensión que había comenzado a rodearnos, de la intensidad de su mirada.

Dio un último paso al frente y tuve que alzar el rostro para no perder el contacto visual, quedando totalmente fascinada ante el color de sus ojos, la calidez que desprendía su cuerpo, su fragancia colándose en mi sistema. Un delicioso escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando rozó mi brazo con la yema de los dedos y comenzó a dibujar figuras inexactas en mi piel.

—¿Te causamos buena impresión? — Asentí y entreabrí los labios en busca de aire, notando como el matiz ronco de su voz hacía que la lava se desatara en mi vientre. Un agradable cosquilleo hizo que apretara los muslos cuando se inclinó en mi dirección y su aliento impactó contra mi mejilla —. Intuyo que yo el que más.

—No seas pedante — declaré en un susurro, irguiéndome en mi posición, en un intento de disimular el efecto que tenía en mí —. Lo sabes perfectamente.

—Eso no quita que me guste escuchártelo decir.

Sintiéndome valiente, puse las manos en ambos lados de su rostro y me puse de puntillas, alcanzando su mismo nivel. Sonreí complacida al comprobar que lo había tomado por sorpresa.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora