—¿Summer? — lo escuché pronunciar en tono impaciente tras unos segundos de silencio.
Me había quedado pasmada en mi lugar, asombrada ante el hecho de escuchar su voz. A lo largo del día, había descartado la idea de que aquello pudiera llegar a suceder. Pero allí estaba él, al otro lado de la línea, sin ser consciente de que su actitud cambiante no hacía más que desconcertarme, volverme loca.
—¿Qué quieres? — dije finalmente, incapaz de disimular el reproche en mi entonación.
—Te llamaba para felicitarte — masculló tras carraspear —. Sigue siendo tu día, así que feliz cumpleaños.
Suspiré y me apoyé contra la pared, cerrando los ojos. A pesar del frío, la calidez de sus palabras logró calar en todos mis huesos y me temblaron las piernas. Tenía el poder de poner mi mundo patas arriba con un solo chasquido de dedos. Era fascinante y aterrador a partes iguales.
—¿Ya has pedido un deseo? — añadió tras un silencio que se me hizo eterno.
—No me ha dado ni tiempo a soplar las velas — confesé, sintiéndome melancólica de repente.
—No me digas — soltó, contrariado pero con la sombra de una sonrisa en sus palabras—. Cierra los ojos.
—Ya los tengo cerrados.
—Ahora visualiza un deseo. Pero no puede ser cualquier cosa. Tiene que ser algo especial, único, que no puedas tener cualquier otro día del año. Piensa en aquello que quieras más que nada en el mundo — continuó, embriagándome con el inolvidable y adictivo timbre de su voz —. Recuerda no decirlo en voz alta o no se cumplirá — me interrumpió cuando estaba a punto de hablar.
Sonreí. Parecía poder leerme la mente. No nos conocíamos. Éramos dos desconocidos que habían compartido unas copas, unas risas y un par de besos. Sin embargo, sentía que me conocía más que cualquier otra persona en el mundo. La conexión que compartíamos era inexplicable, de otro mundo.
—¿Lo has pedido ya?
—No — me apresuré a contestar, sintiéndome tímida —. Dudo mucho que se cumpla.
—Inténtalo.
Suspiré y me mordí el labio inferior.
—Está bien— dije con la voz débil, el pulso disparado, un escalofrío recorriéndome la espalda —. Déjalo todo y ven a por mí.
Lo escuché respirar con pesadez al otro lado de la línea. Me mordí el interior de la mejilla y tragué saliva con inquietud.
—Lo has dicho en voz alta — respondió, con la voz entrecortada, la tensión presente en sus palabras.
—Porqué sé que es un deseo poco realista — confesé, soltando todo el aire de golpe —. Además, ya son las doce. Ya no es mi cumpleaños—. En algún momento la nostalgia había vencido a la cordura, inundando mi sistema, haciendo que hablara de forma vacilante—. Buenas noches.
—Espera — le oí decir antes de que pudiera colgar —. Pásame tu ubicación. Estaré allí en un rato.
No tardó ni quince minutos en llegar donde estaba, pero cuando lo hizo yo ya estaba totalmente congelada y un poco mojada por la llovizna que caía.
Salió del coche y me observó con una pose inquieta. Iba vestido con un chándal oscuro y la capucha de su sudadera le cubría el pelo.
Me abrió la puerta sin decir nada, invitándome a entrar en el coche con un gesto titubeante. Era reconfortante ver que él también estaba nervioso.
—¿Dónde está Peter? — inquirí, una vez estuvimos ambos dentro del vehículo.
—Tenía la noche libre — se limitó a contestar, lanzándome una mirada indescifrable.
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Efecto calor [1]
RomanceSummer se cuela en ese club porque quiere conocer a Marc. Él es famoso y no sospecha que ella es menor de edad. No se imaginan los problemas que acarreará para ambos esa situación. ****** Esta historia tiene un spin off titulado "Efecto Hardwicke". ...