Capítulo 31

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Me agaché frente a One  y le acaricié el hocico mientras esperaba a que Marc saliera de la ducha. Seguía en una nube. Ver a Labor tocar en directo, desde tan cerca, había sido una experiencia inolvidable. 

One me imitó cuando me dejé caer en el sofá. Apoyó su cabeza en mis muslos y cerró los ojos en el instante en el que comencé a acariciarle las orejas. Para cuando Marc irrumpió en la sala de estar, el animal se había quedado dormido sobre mí. 

Lo vi aparecer enfundado en un chándal gris. Se me aceleró el pulso al percatarme de lo cuotidiana que me resulta esa situación. Las cosas se habían simplificado entre nosotros. Era fácil imaginarme ver su expresión de recién levantado por las mañanas, que me besara sin previo aviso o que me dedicara una de sus arrebatadoras sonrisas. Como la que me estaba dedicando en ese preciso instante, plantado delante de mí, completamente relajado mientras hablaba por teléfono.

—¿Qué? — pregunté.

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no había entendido aquello que me acababa de decir. No me pasó desapercibida su sonrisa burlona cuando se acercó a mí y se agachó, quedando a mi altura. Seguía con el móvil entre las manos, pero ya había colgado la llamada.

—Había quedado para cenar con mis padres esta noche — murmuró, mirándome directamente —. Me acaba de llamar mi madre. Se me había olvidado.

Un silencio incómodo invadió la estancia durante unos segundos.

—Oh — dije antes de levantarme, incapaz de esconder la decepción en mi tono de voz —. Está bien. No te preocupes. Ve —. Le dediqué una sonrisa y jugué con mis manos con nerviosismo —. Dame un segundo y me voy.

Sus ojos se detuvieron en mis manos y las tomó, entrelazando sus dedos con los míos para que dejara de moverlos.

—O podrías acompañarme — dijo, con la timidez impregnando aquella petición.

Entreabrí los labios y cogí aire.

—No quiero ser una molestia — conseguí articular.

Entonces tiró de mí y acabé con el rostro hundido en su pecho, sus manos en mi espalda.

—Nunca lo eres — confesó, y sentí el baile de su aliento entre los mechones de mi pelo.

—Está bien — me escuché responder, notando como mis mejillas ardían ante la idea.

Al cabo de un rato, Marc aparcó el vehículo en el parking de la residencia Petterson. Las manos me temblaban y parecía que el corazón se me iba a salir del pecho cuando abandoné el coche.

—Pareces asustada — se burló.

—Por qué lo estoy — repliqué entre dientes, y él se inclinó hacia mí y plantó un beso en mis labios, lo que hizo que se me revolviera el estómago por los nervios.

Le sonreí, totalmente embelesada ante el roce de su boca.

» Eso está mejor.

Alcé la mirada y mis ojos toparon con los de su madre, que nos observaba desde lo alto de las escaleras del porche, rebosante de alegría.

—Hola — exclamó Marc antes de comenzar a caminar hacia ella. Lo seguí escaleras arriba.

—Hola, cariño — contestó, rodeándolo con los brazos.

—Mamá, ella es Summer — masculló tras el abrazo, volteándose en mi dirección.

—Es un placer verte de nuevo, Summer — se apresuró a decir, y sus ojos brillaron al encontrarse con los mío.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora