Capítulo 24

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Marc

Permanecí con el dispositivo pegado al oído durante un buen rato, con la mirada clavada en las insípidas vistas que me ofrecía el ventanal que tenía delante. Estábamos en la séptima planta. Se podía ver gran parte de la ciudad desde esa posición.

Había comenzado a oscurecer. Las luces de las farolas ya alumbraban las calles. La típica llovizna de Londres mojaba el asfalto. La gente regresaba a sus hogares a esas horas. Algunos lo hacían en coche, muchos otros andando, todos ellos inmunes a mi escrutinio.

Guardé el móvil en el bolsillo de mis pantalones y cerré los ojos, cubriéndome el rostro con una mano y suspirando de forma controlada. Sus palabras eran un eco ensordecedor en mi cabeza. 

No puedo.

Maldije por lo bajo y apreté los puños con fuerza.

No estoy dispuesta a quemarme de nuevo.

Me giré y mis ojos toparon con los de un rostro conocido. Cara Green yacía en el otro extremo del pasillo, observándome sin disimulo. Era la mánager principal de la banda. Llevaba años trabajando para nosotros. Me pregunté cuanto tiempo llevaba allí y el mal humor incrementó ante la posibilidad de que hubiera escuchado parte de la conversación que acababa de mantener por teléfono.

Aun así, fingí indiferencia, no me inmuté. Me limité a devolverle la mirada, arqueando las cejas a modo de pregunta, con la determinación de que no volvería a anteponer mis deseos a los de nadie.

—Tienes una pinta horrible — comentó sin titubear, caminando en mi dirección, con el pelo perfectamente acomodado en un moño tirante —. ¿Cuánto hace que no te pasas por casa?

Fruncí el entrecejo e intenté no perder la compostura.

—¿Qué más te da? — contesté, sin esconder la frustración en el tono de su voz.

—La imagen de la banda...

—Me importa un bledo — espeté, dedicándole una mirada hastiada.

Hoy no estaba de humor para soportar su maldita retórica sobre lo importante que era nuestra imagen. 

Me dedicó una mirada desafiante y se cruzó de brazos, para nada achantada ante mi contestación. Rodé los ojos y negué con la cabeza lentamente.

—Entiendo cómo te sientes— continuó en tono monótono, mintiéndome a la cara —. Estás pasando por un mal momento—. Hizo una pausa y posó una de sus manos en mi hombro. Entrecerré los ojos e ignoré la voz interior que me decía que hiciera que me sacara las manos de encima —. ¿Por qué no sales de aquí un rato? Podrías ir a ver a tu abuela.

La enfrenté con la mirada y tragué saliva. Había dicho algo coherente por primera vez. Mi abuelo llevaba ingresado un par de días. No la había visto desde entonces. Su estado de salud era delicado, por lo que no la habíamos dejado venir al hospital.

—Bien — musitó al ver que asentía —. Avisaré a Peter.

—Yo me encargo de llevarlo, Cara — nos interrumpió un tercero.

Ben se desplazó hacia mí sin mirarla a la cara. Era obvio que había escuchado la conversación y que no le había hecho ninguna gracia que me sacar el tema de la imagen de Labor en ese preciso momento.

Cara se alisó las arrugas inexistentes de su traje negro, se retiró un mechón rubio de la frente y asintió. Entonces, se despidió y se marchó en dirección contraria

—A veces parece que no tiene sangre en las venas — masculló Ben, sacándome de mi estupor.

Bajé la mirada y suspiré de nuevo.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora