Extra 2

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3 de noviembre del 2021

Marc Petterson

La lluvia nos recibió cuando aterrizamos en Londres. Sonreí al ver por el rabillo del ojo como Mia ejercía de mánager y daba órdenes a todos los presentes.

— ¿Qué pasa jefa? — inquirí en tono jocoso cuando llegó mi turno.

—Mañana almorzaremos en casa de mis padres — replicó no sin antes lanzarle una mirada de disgusto al cigarrillo encendido que sostenía entre los dedos —. Mi madre me ha dicho que te lo diga por si tú y Summer queréis venir.

Normalmente no hubiera rechazado esa invitación. Los Hardwicke eran los mejores anfitriones que conocía. Pero tenía motivos de peso por hacerlo.

—Agradécele la invitación a Ella, pero estamos ocupados mañana.

Aquello era una mentira piadosa, por supuesto. Lo único que me apetecía hacer durante las próximas horas era perderme en Summer. Llevaba dos semanas sin verla y me moría por tenerla completamente para mí y disfrutar de su compañía como era debido.

—Descuida —. Asintió y frunció los labios antes de seguir hablando —. Aprovecha este parón entre concierto y concierto para ir al médico, anda — medio ordenó —. Necesitas que te receten algo para la tos.

Se volteó antes de que tuviera la oportunidad de contestarle. De todos modos, estaba en mis planes hacerlo. Esa maldita tos me tenía hasta las narices.


******


Abrí la puerta con sigilo y reprimí una sonrisa triunfal cuando escuché el ruido de la ducha a lo lejos. La inconfundible voz de Summer cantando se distinguía entre el sonido del agua cayendo.

Dejé la maleta de mano en la entrada y me deshice del abrigo lo más rápido que pude. A pesar de la cautela, mi presencia no pasó inadvertida a One, que vino corriendo a mi encuentro y se encaramó en mis piernas con emoción. No pude evitar sonreír.

— Hola, amigo — mascullé mientras le acariciaba el hocico —. Yo también te he echado de menos. No me delates, ¿vale? Quiero darle una sorpresa a nuestra chica.

Sin dejar de mover el rabo, se sentó y observó como comenzaba a desnudarme. Fuera los zapatos. Los calcetines. Los pantalones. El cinturón. El jersey. La ropa interior. No quería que hubiera nada que dificultara aquello que iba a hacer.

Me dirigí hacia el baño en cueros. Summer seguía cantando, totalmente ajena a mi presencia. Creía que llegaría por la noche. No me arrepentía de haberle mentido de forma descarada. Valdría la pena.

Aprovechando que la puerta estaba entreabierta, me colé en la estancia. La mampara de la ducha estaba totalmente empañada por el vapor, pero su silueta se distinguía a través del cristal; al menos lo suficiente como para que las yemas de mis dedos picaran ante la idea de recorrer cada centímetro de la piel de su cuerpo, catar el sabor de su boca, enterrarme en ella con una necesidad que en aquel instante se estaba volviendo primitiva.

Mi mano viajó hacia mi entrepierna de forma inconsciente entretanto mi mente imaginaba la expresión de su cara cuando descubriera que había llegado antes de lo previsto, el sonrojo de sus mejillas mientras la apretaba contra mi pecho vestida únicamente con el anillo que le había puesto en el dedo anular unos días atrás. Lo admitía: era un gilipollas con suerte. Había aceptado ser mi compañera de por vida, la mujer de mi vida, la madre de mis hijos. Hasta hacía poco no me había planteado tener descendencia. Sin embargo, últimamente esa idea no dejaba de rondarme por la cabeza. Si ella me lo permitía, le daría cuantos hijos deseara. Me moría de ganas por ver lo que nos deparaba el futuro. Por el momento, me encargaría de que recordara como se sentía correrse con la ayuda de mis dedos, mi lengua y la erección que crecía entre mis manos.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora