Capítulo 26

8.4K 647 185
                                    

Lo seguí hasta al salón con los nervios presentes en la boca del estómago y observé como se sentaba en el sofá. Entrelacé los dedos de mis manos mientras lo veía dar un largo trago a la botella de Bacardí, sin saber muy bien cómo debía de proceder a partir de ese momento. Entonces sus pupilas se clavaron en las mías y me estremecí de la cabeza a los pies.

—¿Estás solo? — me atreví a preguntar, con el objetivo de romper el hielo.

—Sí — contestó —. Les he dicho a todos que me apetecía estarlo. No me apetece hablar con nadie ahora mismo.

Me mordí el labio inferior y una sensación desconcertante se instaló en mi pecho.

—¿Por qué me has mandado ese mensaje, entonces? — quise saber con un hilo de voz

—Contigo es diferente — susurró, tragando saliva y dedicándome toda su atención —. ¿Vienes?— añadió, abriendo los brazos a modo de invitación y en tono de súplica.

Sabía que lo más sensato era no cruzar los límites; sentarme a una distancia prudencial de su cuerpo, mantener la cabeza fría e intentar reconfortarlo sin que su piel entrara en contacto con la mía. Sin embargo, cuando me senté al bode del sofá, fui incapaz de impedir que me arrastrara hasta su posición, haciendo que quedara acurrucada contra su pecho, mi rostro sumergido en la curva de su cuello. Era capaz de percibir los latidos de su corazón contra mi mejilla.

Cogí aire y su perfume impregnó mis cinco sentidos. Mi cuerpo cobró vida propia y comencé a dibujar figuras invisibles en la parte trasera de su cuello. Resultó raro no poder enredar mis dedos entre las puntas de su pelo. Ahora lo llevaba corto.

—El funeral será mañana — dijo, aferrándose a mi cuerpo, pequeño en comparación al suyo —. Una vez me dijo que quería que Show must go on sonara en su entierro —. Sentí su sonrisa contra mi pelo —. Era un gran amante de Queen —. Suspiró y aguardé a que prosiguiera —. Mis padres no quieren ni oír a hablar del tema. Dicen que sería poco serio. Y mi abuela está demasiado destrozada como para dar su opinión. Así que al final celebraremos un entierro convencional.

Noté como se movía y daba un nuevo trago a la botella, supuse que para mitigar el dolor que debía de estar sintiendo. Despegué mi rostro de su cuello y alcé la vista en su dirección. Su sonrisa triste me recibió al instante, al igual que su gesto cansado.

Sin dejar de mirarme, dejó la botella en la mesa que había justo a su izquierda y su mano viajó a mi mejilla, rozándola con suma delicadeza. Intenté controlar los erráticos latidos de mi corazón, tragando saliva y manteniendo los ojos muy abiertos.

—Sabía que vendrías— susurró —. Eres de las pocas personas a las que le importo de verdad.

—No digas eso — rebatí, y la voz me tembló en la última palabra. Carraspeé —. Le importas a mucha gente.

Sin decir nada, siguió acunando mi rostro, contemplándome como si fuera la primera vez que me veía. Delineó el contorno de mis mejillas con el dorso de la mano e impidió que esquivara sus ojos cuando intenté desviar mi atención.

En un momento dado, hizo el amago de recuperar la botella y lo frené, enredando mis dedos con los suyos en un intento de conseguir que dejara de beber.

—¿Has comido algo? — indagué, muy consciente de los chispazos que me producía su cercanía, la sensación de calor invadiendo cada terminación nerviosa de mi sistema. Negó con la cabeza —. Vamos. Te prepararé algo.

Sin soltar su mano, me levanté y lo conduje hacia la cocina. Seguía todo igual que la primera vez que estuve allí. Sin embargo, todo había dado un giro de ciento ochenta grados. Nosotros ya no éramos los mismos.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora