Capítulo 16

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Peter estacionó el coche en un callejón poco transitado y se bajó del vehículo sin musitar palabra alguna. Mi atención recayó entonces en la figura de Marc, que yacía sentado a mi lado, observándome como contempla un verdugo a su próxima víctima.

—Cruzar los límites no es lo mismo que violarlos — me atreví a decir, rompiendo el silencio y con la intención de menguar la tensión que nos rodeaba.

El gesto serio abandonó momentáneamente sus facciones, siendo substituido por una sonrisa que me recordó a las que me había dirigido semanas atrás. Por un instante conseguí visualizarnos en la azotea del Groucho club, camuflados entre la gente y compartiendo miradas lascivas y comentarios perspicaces.

—¿Acabas de citar a Hannibal Lecter? — inquirió con sorpresa, alzando las cejas, sacándome de mi ensoñación.

Me encogí de hombros y le devolví el gesto, notando la calidez que me transmitía su mirada filtrándose en mi sistema, el sonrojo en mis mejillas.

El silencio de los corderos es uno de mis libros favoritos— admití.

Contemplé como se rascaba la mejilla y me dedicaba un gesto contenido, pero con una chispa de diversión.

—No te tenía por una amante de los thrillers psicológicos.

—Pues te equivocabas— suspiré. Y a mis palabras las siguieron el silencio, por lo carraspeé y aparté la mirada —. ¿De qué querías hablar?

Vi como volteaba su cuerpo hacia el mío por el rabillo del ojo. Cuando lo enfrenté, me topé con su pose pensativa. Entonces rebuscó el móvil en el bolsillo de sus pantalones y me enseñó la pantalla.

"Se te está acabando el tiempo", leí. El remitente del mensaje aparecía como número oculto.

—Tienes que descubrir quién me envía estos mensajes antes de que sea demasiado tarde.

Me mordí el labio inferior y solté el aire por la nariz de forma sonora.

—Ya te he dicho que no me importa que se descubra quien soy.

—Pero a mí sí — se apresuró a contestar, clavándome la mirada, sin pestañear.

La pesadez se adueñó de mi pecho, juntamente con una sensación punzante.

—¿Tanto lamentas haberme conocido? — espeté, crispando las manos en puños y echando mi cuerpo para delante.

—No se trata de eso — lo escuché contestar, entre exhalaciones profundas, claramente exasperado.

—Yo creo sí — respondí, alterada y dolida.

—Summer — me cortó —. No se trata sólo de mí, ¿entiendes? —. Su voz sonaba controlada, pero impaciente —. Soy un personaje público. Si se hace mala prensa sobre mí, afecta a quienes me rodean.

—No lo entiendo— me decidí a contestar, sabiendo que estaba siendo una egoísta. Eché un vistazo a la hora en la pantalla de mi dispositivo móvil —. Cumplo los dieciocho en pocas horas.

—Pero seguías teniendo diecisiete cuando nos conocimos —. Sentí la angustia instalarse en mi pecho y subir por mi garganta, dejándome sin habla. Él pareció notarlo y suavizó su expresión —. El público mediático no olvida.

Giré el rostro y mi mirada se perdió entre las figuras difusas que se veían desde el interior del coche. Las lágrimas se estaban aglomerando en mis ojos, pero no iba a permitir que las viera.

—Quiero saber si hubiera sido diferente si nos hubiéramos conocido siendo yo mayor de edad.

Escuché como respiraba de forma controlada y mi pulso se disparó mientras aguardaba a su respuesta, a sabiendas de que me dolería.

Efecto calor [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora