Capitulo 24

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Ocho bebés bajo mi poder, siete ya estaban dormidos en la otra habitación, el último estaba muy enojado, entonces me di cuenta que su pañal estaba sucio.

—ahora... vas a oler mejor que el tonto de Nicolás.

Nicolás oyó su nombre, me miró desde la otra habitación y me señaló.

—¿Eso fue un insulto? ¿Lo fue? Estrellita agradece que... bien, haré como si no oí nada.

Ignore a Nicolás y acosté en la camilla al bebé para cambiarle el pañal, busque en el bolso que había dejado su mamá y lo cambie con rapidez y con la nariz tapada, ganándome una mirada de tristeza por parte del pequeño.

—¿Que? No me mires así—envolví el pañal sucio, que dejo penetrado un fuerte y desagradable olor en la habitación, incluso el bebé puso una cara de horror— ¿lo hueles? Ves que no estaba exagerando.

Lo puse en mis hombros y al instante se durmió, al dejarlo con los demás, decidí mirar un poco la situación de mis compañeros de castigo.

Sentía pena por ellos.

Daniel tenía a Julito desde hace una hora y aún no lo podía calmar, Jenny trataba de ayudarlo pero era en vano, Julito era un bebé muy difícil de controlar. Nicolás le hacía caritas divertidas a los bebés, haciéndolos llorar más. Pamela tenía uno en brazos y le daba tantas vueltas, que el bebé vomitó su blusa. Santiago tenía a una preciosa niña de dos años, ella ya estaba más tranquila y empezaba a reírse.
Decidí ayudar a Pamela, para que pudiera cambiarse de camisa.
Después de una hora yo ya cargaba dos bebes en mis hombros, acurrucándolos al mismo tiempo. Eran lindos, hermosos y pesados. No tomaban leche, comían piedras.
Santiago hizo que me acostara en la mecedora y ahí me amontonaron a cuatro bebés, Nicolás vigilaba que ninguno se cayera de mis brazos y me mecía a cada segundo, a ese paso, terminamos de hacer dormir a todos, pero a los minutos, volvieron a llorar los bebés que ya llevaban dos horas durmiendo.

—Esto es una tortura— Pamela se quejó.

Daniel y Jenny, se encargaron de tranquilizarlos y con ayuda de Nicolás preparamos los biberones. Este trabajo fue más difícil, porque los brazos ya me dolían y maximo podía darle de comer a dos bebes al mismo tiempo.
Santiago se acomodó en el piso y le dio de comer al bebé que tenía en brazos.

—Alguien quiere ayudarme con esto?— Nicolás grito desde la cocina, batiendo de arriba para abajo un biberón con agua súper caliente, se explotó en su cara— ¡MIERDA!— todos le dimos una mirada reprochable—Claro, les importa que diga mier— Daniel le tiro un pañal sucio— wuakala que comió?

—Te puedes callar?— Pamela le preguntó y él negó.

—Me acabó de quemar el rostro, pero a nadie le importa... ¡bien! Voy a irme— camino a la puerta, se volteo— nadie va a detenerme?

Todos negamos.

—La puerta tiene cerrojo— Santiago le aclaró y Nicolás al ver que no podía abrirla, bufo renegando de la vida y siguió con sus labores.

Encendí la televisión y puse canciones infantiles, para entretener a los bebés que tenían hambre y que esperaban por su comida.

Empecé a bailar al ver que se entretenían y que dejaban de llorar, estaba cansada pero bailaba de un lado a otro, brincando y sacando pasos viejos y prohibidos.

—Yo también quiero.

Nicolás dejó a su bebé en la cuna, llorando. Le pegue una mirada de desaprobación y recogí al bebé en mis brazos. Seguí bailando con el bebé en brazos, haciéndolo reír y apreciando su pequeña sonrisa adornada por dos dientecitos.

Mi exilio con la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora