Capitulo 67

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—Estas de acuerdo con ponerte un tranquilizante?—preguntó la enfermera —eso ayudara mucho con los nervios.

Negué.

No quería, no quería y no lo necesitaba.

—Creemos que sería lo mejor si descansas un poco —.Siguió insistiendo.

Volví a negarme.

—Hija, mi pobre hija —Mi madre entró azotando la puerta contra la pared, ella se acercó, triste y preocupada. —Que le sucede por qué no habla? Que le hicieron? Eh!

Mi madre se veía diferente, su piel estaba bronceada y su cabello más claro, sin duda, se veía que había llorado mucho.

—Su hija ha estado así desde que ingresó —le informó —hemos tratado de calmarla pero se ha negado.

Mi madre me dio una mirada apenada.

—Bueno —se acercó —Hija, sería mejor si te ponen los calmantes.

Yo negué.

—No quiero.

Yo solo quería estar sola. No quería hablar, no sabía que decir, todo era tan confuso y difícil de sobreponerse ante todo.

—Debes descansar —me pidió la enfermera.

Pero es que, cada que cerraba los ojos las imágenes de Lucio venían a mi, era como un boomerang repitiéndose sin parar.

—Melina, hija, di algo —mi padre hablaba, tristemente sin saber que más hacer.

Estaba afligido.

—¡Haga algo, señorita enfermera!

—Le pondré un tranquilizante.

La enfermera se acercaba con esa inmensa y gruesa aguja.

—¡No quiero nada! —grité antes de que se acercara a mi brazo —¡No quiero nada, quiero que se vayan! ¡Eso quiero!

Ninguno me hacía caso, no me escuchaban.

—Que se vayan. Eso quiero.

Me levanté de la camilla, donde estaba sentada. Los eche uno por uno, quedándome completamente sola en la habitación.
Me acosté en la camilla, abrazándome a mi misma. Mila... ella se había ido, se había marchado así sin más.

—Lillie... —Santiago llamó a la puerta.

Escuché que la abrió.

—Vete —pedí.

Pero no le importaba lo que le pedía, al contrario, cerró la puerta y se acercó.

—La policía quiere tu declaración... tus padres están muy preocupados y... les he pedido que vayan a la cafetería. A todos.

—Estoy bien —le aseguré —... enviaste a la policía a la cafetería?

Santiago asintió.

—Si, creo que querían ponerme esas esposas y llevarme con ellos... como te sientes?

—Bien...

—No, no lo estás.

—Entonces para que me lo preguntas.

Él suspiró algo cansado. Se la había pasado toda la noche en el pasillo. Al igual que los demás. Es que no me apetecía ver a nadie.

—¿Puedes mirarme a la cara?

—Santiago, vete... por favor. Quiero estar sola.

—No lo haré.

Mi exilio con la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora