Ignoré olímpicamente su respuesta. Claro que no me iba a derretir ante unas palabritas. No, esa no era yo... a quién le miento? claro que estaba a punto de derretirme. ¿Quién no lo haría? Porque necesito urgentemente tips para dejar de derretirme por unas que otras palabras. Esto no era muy independiente y feminista de mi parte.
—Bueno... aún no me has sorprendido —dije muy segura.
Santiago sonrió.
—Lo se, Lillie —respondió en un susurro que me erizo la piel.
Quiero decir, fue el frío el que me erizo la piel.
Quise decir alguna cosa, pero no me dio el tiempo. Simplemente entrelazó su suave mano con la mía. Que ahora era ridículamente más tosca que la de él.
Cuando las puertas de rejas negras se abrieron, fue como si volviera a ser una pequeña loca. Me convertí en una niña que amaba todas estas cosas, quizás siempre lo he sido. Me sentí enormemente feliz. ¿Como un parque de diversiones me podía tener así de feliz? ¿Era la preciosa compañía que tenía? Definitivamente, eran ambas cosas.
—Esto es mucho mejor que Disney —admití.
El parque de diversiones era mi favorito, era mi lugar favorito. En el pueblo había uno, no era igual de grande como este, pero de todas formas me divertía allí, hasta que una vez tuve un problema con un idiota y terminé en la cartelera de fotos con las personas que tenían prohibida la entrada al "distinguido" lugar.
Estupidos, deberían verme ahora.
—¡Ah! —chillé de emoción al ver los carritos chocones —¡quiero!
Me senté en un carrito amarillo, Santiago en uno de color rosado.
Soy muy buena en este juego, así que me dediqué a chocar una y otra vez a mi querido y apuesto rival, quien me chocó tomándome de improvisto, eso desató mi competitividad. Si, lo seguí chocando sin parar de reírme de sus gestos.
—Lillie ten piedad, vomitaré.
Santiago decía algo mareado, por lo qué tuvimos que salir del juego.
—¿Te dije lo competitiva que puedo ser cuando me están tentando?
Ya estaba calmando mi risa.
—No hace falta que me lo digas, ya lo he visto con mis propios ojos.
Compré dos algodones de azúcar, uno para Santiago y otro para mi. El muy desgraciado se negó.
—Sabes que es malo negarte cuando alguien te ofrece comida? —murmuré mientras abría la funda de mi algodón rosado —está bien, más para mi.
—No me gusta.
Entrecerré mis ojos, incrédula.
—¡A todo el mundo le gusta el algodón de azúcar!
Santiago sonrió de lado.
—Yo no soy todo el mundo.
Claro que no lo era.
—No, claro que no. Solo eres mi mundo.
Solté sin pensarlo correctamente.
Casi me atoro con el algodón. ¡¿Quien se atraganta con un simple algodón de azúcar?! ¡¡Un algodón que se derrite al tocar cualquier líquido!!
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Mi exilio con la abuela
Teen FictionLibre y salvaje, al menos eso se cree de Melina, una chica muy inusual para un pueblo muy anticuado. Porque entre ser y no ser, Lillie es un desastre, pero vamos, un desastre muy divertido. Acusada de ser ladrona ✔️ Expulsada del colegio ✔️ Remode...