Capitulo 30

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—¿Estás aprendiendo a conducir?—mi madre me interrogó, de hecho, nos interrogaba.

—No, claro que no—mentí muy seria.

Estaba sentada en el mueble, a mi lado tenía a mi primo y a Santiago.  Levante la mirada, mi madre desde esta ángulo se veía muy malvada.

—Daniel, ¿mi hija dice la verdad? Como comprenderás, a veces este detector— se señaló— de mentiras no funciona.

Daniel estaba muy nervioso, sabía que cualquier respuesta podía hundirme.

—No tía, digo, Lillie no está mintiendo.

—Santiago, ¿cierto?—Santiago asintió, sin alguna expresión en su rostro—Daniel está mintiendo para proteger a su prima?

Todos mirábamos a Santi, intimidandolo.

—No, señora.

Respire aliviada, al menos no descubriría de mi arrebato.

—Te lo dije— alardee.

Nicolás entró a la casa como si fuera suya. Mi madre vio una nueva oportunidad para interrogarlo.

—Nicolás, te gusta el postre de durazno? —Nicolás sonrió lleno de alegría—hice un poco, quieres? Por cierto, que tan bien maneja mi querida Melina?

Dejé de respirar. Mi madre sabía muy bien qué técnicas utilizar. Rezaba para que Nicolás entendiera por una vez en su vida, que estaba a punto de delatarme.

—Pues bien, bien, no. Casi nos mata en tres ocasiones.

Agarranme que lo mato y esta vez, no fallaré.

—Así que Melina conduce— levantó sus cejas, mirándome.

Me levante rápidamente, Daniel y Santiago le hicieron la gran señal.

—Si, es la chofer de la familia, cierto Lillie?

Mi madre se confundió.

—¿De quién hablamos?—pregunto mi padre.

—De mi chofer—respondió Nicolás, haciendo algo bien por la vida—se llama Melina. Ve, qué coincidencia mi chofer se llama igual que su hija señora Aurora.

Mi madre me dio una última mirada de amenaza, luego se retiró, derrotada.

—Y de verdad mi hija casi los mata?—pregunto mi papá, riéndose.

—En tres ocasiones, tío.

Mi papá se empezó a reír, sin poder parar, yo estaba muy nerviosa aún con la mentira en la garganta.

—Iré con tu mamá, nos vemos en la fiesta—comentó y se marchó, aún riendo.

—Te juro que tu mamá me da miedo—aclaró Nicolás, los demás estuvieron de acuerdo.

Pamela entró con tantas fundas y cartones, que a penas se le veía el rostro.

—¿Alguien puede ayudarme?

—Te compraste todo el centro comercial—comente.

Daniel la ayudo con las bolsas.

—A diferencia de ti, quiero verme bonita para la fiesta.

—¿Que fiesta?—pregunté.

—Hoy es el cumpleaños de la abuela, no te acuerdas?

No, no lo recordaba.

—Si, si sabía— todos me miraron sabiendo con certeza, que no decía la verdad— bueno tal vez si lo olvidé.

—La han planeado todo el mes y no te diste cuenta?

Mi exilio con la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora