Capítulo 32: Escala de grises

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—Livy —dijo Sebastian, contra la puerta, tocando la madera con sus nudillos—. Hija, abre la puerta, por favor.

Candice, Elsie y Allen hicieron silencio detrás del entrenador, tratando de escuchar cualquier respuesta.

Pero lo único que se escuchó fue un suave sollozo.

—¿Dónde está la señora Gellar? —murmuró Candice, despegando la oreja de la puerta.

—Trabajando. Ya no tarda en llegar. ¿Qué fue lo que pasó? —inquirió Sebastian, poniendo los brazos en jarras, emanando toda su autoridad de entrenador. La pregunta estaba dirigida a los tres, no obstante, sus ojos azules terminaron posados en Allen, quien captó la indirecta y le hizo a su tío un gesto con la cabeza, indicándole el otro lado del pasillo. No quería contarle ahí afuera y que Livy escuchara todo otra vez.

Candice y Elsie siguieron pegadas a la puerta, intentando que Livy saliera, pero nada de lo que le dijeran para animarla parecía dar resultado.

Elsie no se rendía, pero Candice se giró, recargando la espalda contra la puerta, resignada.

Mientras se deslizaba hasta quedar sentada en el suelo, observó la forma en que Allen hablaba con el entrenador. Conversaban tan bajo que no alcanzaba a escuchar lo que decían, pero por el lenguaje corporal de ambos, podía ver que Allen seguía conteniendo su rabia con los brazos cruzados tan fuerte que se le marcaban los músculos. El entrenador asentía con la cabeza, atento a lo que escuchaba, aunque las manos a sus costados se abrían y cerraban en puños.

Viéndolos así, aún en esas circunstancias, Candice podía percibir la unión entre los Gellar. Si tocaban a uno, los tocaban a todos.

El silencio volvió a hacerse cuando la puerta principal se abrió, seguido del sonido de tacones contra la duela. Una agradable voz femenina tarareaba La vie en rose, y se detuvo en medio del vestíbulo.

—¿Hola? ¿Alguien en casa? —canturreó Ginger.

Allen, Candice y Elsie miraron a Sebastian.

Él avanzó hasta el barandal superior y vociferó:

—Aquí arriba, Gin.

—Ah, hola amor —respondió ella, desde abajo. Podía escucharse el susurro de su abrigo siendo colgado en el perchero, entre otras cosas que iba dejando en el camino conforme se deshacía de ellas— ¿Está Allen? Vi su auto afuera.

—Sí, aquí está... Será mejor que subas.

No hubo respuesta por parte de Ginger, pero podía sentirse la interrogación en su silencio.

En algún momento debió haberse quitado los tacones, porque ahora sus pasos se escuchaban suaves y amortiguados mientras atravesaba el espacio y comenzaba a subir los escalones.

Cuando llegó arriba, su atención se desplazó con sonriente curiosidad sobre los rostros de todos.

—¡Hola...!

Pero cuando vio la cara que traían puesta, su sonrisa comenzó a perder fuerza y buscó respuestas en los ojos de Sebastian.

—¿Qué pasa? ¿Por qué parece como si estuvieran en un funeral?

Todos la miraron. Nadie sabía responderle.

Ginger apretó la mano sobre el barandal.

—¿Dónde está Livy? —Su voz de súbito sonaba contenida por la preocupación.

Sebastian apuntó la puerta cerrada con la cabeza y de inmediato Ginger se acercó. Elsie y Candice se apartaron para que la señora Gellar pudiera tomar la perilla y girarla, pero sin moverla un milímetro.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora