Los ojos de Kian no daban crédito a lo que estaban mirando.
Livy sintió un vuelco en el estómago, incapaz de pestañear, hablar o moverse.
De pronto, percibió por el rabillo del ojo una mancha negra y peluda que se deslizaba debajo de la cama. Kian también se dio cuenta de eso, pero lo que verdaderamente paralizó a Livy fue observar que él se recargaba contra la puerta y esta se cerraba con un clic.
—Creo que está de más que lo pregunte —la voz de Kian, llena de suavidad y de acecho, llena de matices profundos dentro de una habitación pequeña, hizo estremecer los oídos de Livy, le hizo temblar los nervios. Sus ojos tenían un brillo extraño, pero ella no quería mirarlo directamente.
Kian la aterraba.
—Yo... —titubeó ella, sabía que él quería una explicación— Tú... ¿Tú qué haces aquí?
Kian la observó, serio, con aquellos ojos indescifrables, después se impulsó con los hombros para separarse de la puerta y Livy dio un paso atrás cuando se acercó. Él se detuvo a una distancia prudente, pisando el charco que ella había formado, y luego se dirigió a la cama que crujió cuando se sentó con lentitud depredadora, sin apartar su mirada escrutadora de la chica.
—Esta es mi habitación —respondió por fin.
—¿Vives aquí? —preguntó Livy. Aunque estaba sorprendida, no quería saber. No le interesaba saber, solo estaba ganando tiempo para pensar en algo que la sacara de ahí a ella y a Allen. Correr hacia la puerta era una opción ahora que Kian se había apartado, pero ¿cómo podría ser suficientemente rápida para sacar a Allen de debajo de la cama?
Kian enarcó una de sus oscuras cejas e inclinó la cabeza. El desordenado mechón de cabello que le colgaba sobre la frente se movió con esa inclinación.
—Es obvio que sí —dijo él. Bien, no se andaba con jueguecitos—. Lo que no me resulta obvio es, si en algún momento vas a explicar qué haces aquí o quieres que lo adivine.
Correcto, también tenía que dejarse ella de juegos.
—Tranquilo, nunca quise invadir tu espacio —comenzó a decir con rapidez, moviendo las manos—, tampoco sabía que esta era tu casa. Solo vine acompañando a mi primo y... —¡Diablos! Tenía que escoger muy bien sus palabras—, y mi primo... Él... Se fue y me dejó —consiguió justificar, aunque no pudo evitar rascarse la nuca con nerviosismo—. Cuando me di cuenta quise irme también, pero vi a ese gato ahogándose en la piscina—apuntó con la cabeza la sombra peluda bajo la cama— y no pude dejarlo ahí, tuve que entrar a salvarlo y por eso estoy mojada —hizo una pausa para extender los brazos y mirar su ropa, alarmándose al notar que se le transparentaba todo el brasier. No tuvo opción más que jalarse la blusa, provocando un sonido de succión, terriblemente consciente de que ahora toda la atención de Kian estaba en esa zona—. Después, el gato huyó dentro de la casa y terminamos aquí.
Apenas tuvo el valor levantar la mirada y encararlo, se percató de que Kian la miraba ligeramente incrédulo, con una ceja arqueada.
Finalmente, él se levantó y comenzó a avanzar hacia ella. Livy fracasó en su intento de no retroceder.
«Maldita sea, Allen ¡sal y aráñalo!»
Kian se detuvo a un palmo de ella y cuando habló, su voz fue baja como un ronroneo:
—Será mejor que tomes a tu gato y salgan de aquí o de lo contrario...
—¿Kian, amor, estás ahí?
Una sensual y delicada voz femenina trinó al otro lado de la puerta. A Livy no le pasó desapercibida la forma en la que Kian se tensó. Él miró hacia la puerta y Livy logró ver en su perfil que estaba apretando la mandíbula.
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Nada especial
Novela JuvenilSer la oveja negra de la familia definitivamente tiene que ser más divertido que ser la oveja pelirroja.