Capítulo 27: Cita

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Al siguiente día, Livy volvió a encontrar a Elsie esperándola recargada frente su casillero. Tan solo ver su expresión, sabía por qué estaba ahí. Candice aún no llegaba a la escuela, y lo más probable es que otra vez faltaría todo el día.

Por un lado, Livy se sintió mal y culpable, porque resultaba evidente que Elsie era una buena amiga y se preocupaba, en cambio a ella, aunque también le angustiaba el no saber cómo estaba Candice, le provocaba cierto alivio que no estuviera porque, en honor a la verdad, aún no sabía cómo enfrentarla tras lo ocurrido en casa de sus abuelos. Quizá era egoísta de su parte, pero el que faltara esos días le daba a Livy más tiempo para pensar qué demonios iba a decirle. Aunque esa parte del problema seguramente no era comparable a lo que su primo Allen estaba enfrentando, pues era más que claro que su interés en Candice había evolucionado de una simple obstinación, a un interés mucho más... ¿afectivo?

—Parece que hoy tampoco vendrá —infirió Elsie.

—Quizá venga más tarde —Livy trató de sonar optimista, pero tan pronto como se escuchó, supo que estaba fracasando.

Elsie entornó los ojos, cruzándose de brazos.

—Bien, podemos esperar más horas, pero lo más seguro es que no venga, y si eso sucede, recuerda que hoy vamos a ir a buscarla a su casa. Una promesa es una promesa.

Livy comenzaba a sentirse nerviosa.

—¿Por qué no habría de cumplirla? Claro que te acompañaré a verla —aseguró, aunque por dentro rezaba para que el mundo entrara en crisis apocalíptica antes de las tres de la tarde.

Elsie parecía a gusto con la respuesta porque suavizó el gesto.

—Te veo en el almuerzo —Se despidió, apoyando pesadamente una mano sobre el hombre de Livy cuando pasó junto a ella.

Esperaba que no se notara su estremecimiento, pero estaba tan ansiosa, que el chirrido de la campana la hizo dar un respingo. 

Hace meses, la ausencia de Kian en la clase de Historia Británica hubiera sido un tremendo alivio

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Hace meses, la ausencia de Kian en la clase de Historia Británica hubiera sido un tremendo alivio. No sentir su llamativa y agresiva presencia le daba paz a su mente. Pero ahora las cosas eran diferentes y la atmósfera se sentía triste, incompleta.

Faltaba él ahí; su figura llenando el asiento vacío a su izquierda; su presencia entrando en su vista periférica; sus ojos profundamente atractivos mirándola con aquella expresión tan de él, en una cara donde siempre había algo salvaje, desafiante, temerario y sin miedo, pero también tan bello, elegante y despiadado como cualquier dios del caos o de la guerra.

Mientras Brennan proyectaba en el pizarrón a oscuras un documental sobre la industrialización en Londres, a Livy la absorbían sus pensamientos ambivalentes. Por un lado, la rabia. Rabia hacia Kent, porque de no haber sido por él y su estúpido acoso, no hubiera sucedido nada de lo que sucedió el día anterior en la oficina del director. Y por el otro lado, melancolía, porque, si se permitía imaginar que el «hubiera» era real, le hubiera gustado no desperdiciar el tiempo con Kent y haber aprovechado todos esos meses para conocer mejor a Kian. Ahora que tenían la oportunidad de estar tan cerca, estaba suspendido una semana y ese tiempo que se estaba perdiendo se la tragaba viva.

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