El suelo volvió a abrirse y el mundo se partió en dos. Pero esta vez, no para tragársela, sino para escupirla de vuelta a la superficie.
Las manos de Livy se movieron hacia el frente, agarrando a Kent de las solapas de la chamarra.
—¿Que tú...? ¡¿Que tú qué?!
Kent se aguantó que ella lo zarandeara, y le sostuvo la mirada, serio. Livy lo soltó cuando un par de alumnas pasaron a su lado, y se fueron secreteando después de rebasarlos.
Al ver que quizá Livy iba a estar incómoda ahí, él empezó a decir:
—¿Quieres que vayamos a...?
—¡Y un cuerno con eso! ¡No! No quiero ir a ningún otro lugar. Dime lo que me tengas que decir aquí —explotó ella, abrazándose a sí misma.
Para su sorpresa, Kent no siguió insistiendo, y asintió con la cabeza, resignado.
—Yo..., no sabía que Freya estaba en la ciudad, hasta que me detuvo ayer en la salida y me apartó hacia la calle porque quería decirme algo... —explicó él. Livy lo observaba atentamente. Ya no iba a caer en ninguna mentira que él le contara, pero podía ver en su rostro que aún permanecía el desconcierto de haber vuelto a ver a Freya, después de tanto tiempo. Después de todo lo que pasó—. Fue ahí cuando me confesó que había tenido un bebé, y que lo descubrió después de que nos separamos y ella se fue —Hizo una pausa. Comenzaba a ponerse pálido.
—¿Y no te llamó en todo ese tiempo?
Kent negó con la cabeza, aprovechando la interrupción para respirar.
—¿No le preguntaste por qué tardó tanto tiempo en decirte? —inquirió Livy.
—Por Dios, claro que lo hice —espetó él, defendiéndose ante el tono intrigante de ella—. Me sacó la estupidez de que no me dijo nada porque no estaba muy segura de si yo la apoyaría, después de cómo terminaron las cosas entre nosotros. Que prefería ahorrarse la pena de ser rechazada con todo y el niño, pero que al final había cambiado de parecer porque no quería que él creciera sin saber que tenía un padre.
El ceño de Livy se alisaba con cada segundo, a cada palabra de Kent.
No. Podía. Creerlo.
Estaba total y absolutamente anonadada.
—¿Viste al niño? —preguntó ella, susurrando.
Los ojos de Kent se engrandecieron mientras negaba con la cabeza.
—¿Tú sí?
Ella asintió.
—¿Cómo es? —en su pregunta había más interés de lo que él quería dejar ver. Livy no sabía cómo sentirse al respecto. Si acaso Kent estaba realmente considerando hacerse cargo. Si acaso estaba esperando una respuesta: que se pareciera a él.
Pero el gesto de Livy se ensombreció al recordar vagamente el aspecto del niño.
—Su piel es clara y tiene..., el cabello oscuro, y... No recuerdo muy bien otros detalles. Lo siento.
Él meneó la cabeza, pero algo extraño atravesó su mirada. Un dejo de duda y decepción.
Como en un reflejo, los ojos de ella se fijaron en el cabello de Kent. El de él era de un tono castaño muy claro. En el sol directo podía pasar por rubio.
—¿De qué color es el cabello natural de Freya?
Kent la miró perplejo por su pregunta.
—Se lo teñía de diferentes colores desde que la conocí, pero cuando su cabello crecía, justo antes de que volviera a teñírselo, parecía como... ¿oscuro? Tal vez negro, o un castaño muy, muy oscuro.
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Nada especial
Teen FictionSer la oveja negra de la familia definitivamente tiene que ser más divertido que ser la oveja pelirroja.