Capítulo 1: ¿Cómo bañar a tu retoño y no morir en el intento?

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La mano del entrenador Callahan cayó pesada sobre el hombro de Sebastian y luego le dio una tosca sacudida a modo de saludo.

-Si quieres mi opinión, la paternidad te sienta fatal.

Sebastian dejó de teclear en la computadora de su oficina, se reclinó contra el respaldo de la silla y miró a Callahan con cara de desgraciado mientras el brillo de la computadora resaltó las bolsas oscuras que tenía bajo los ojos azules.

-Gracias.

Callahan soltó una risa socarrona al tiempo que le daba sonoras palmadas en la espalda, aquel hombre no parecía dejar sus modos salvajes a pesar de que su nueva vida de casado ya no requería que se comportara como una bestia en un campo de rugby.

-¿Qué tiempo tiene tu hijo? -quiso saber Callahan, apoyando una mano en el respaldo de la silla y otra en el escritorio de Sebastian.

-Cinco días, y es niña.

-Cinco días y ya te ves como si tuvieras un pie en el hoyo de tu tumba ¡Dios del cielo! ¿Y qué haces aquí tan tarde? ¿Ahora también te quedas a encerar los pisos?

Sebastian esperó a que terminara de reírse para contestar:

-Estoy terminando los reportes de los alumnos que la directora recién nos acaba de avisar que hiciéramos, para hoy. -repuso, poniendo énfasis acusador en «la directora» para referirse a la esposa de Callahan.

El aludido meneó la cabeza, quedándose pensativo un momento.

-Esa mujer es una loca despiadada -masculló Callahan para sí mismo-. Si quieres puedo hablar con ella y pedirle que haga una excepción contigo -le propuso a Sebastian como si no fuera la gran cosa, encogiéndose de hombros.

-No, no, ¿qué estás diciendo? Tranquilo, no me estoy quejando, es mi responsabilidad y la acepto, solo necesito acabar con esto e irme -dicho eso, volvió la vista a la pantalla y los dedos al teclado.

Callahan fue hasta la puerta de la oficina y se detuvo en el marco para volverse, cruzó los brazos y miró a Sebastian.

-Necesitas un trago urgentemente, yo invito.

-Gracias, pero saliendo de aquí necesito ir a comprar dos toneladas de pañales y veinte litros de fórmula, entre otras cosas -respondió Sebastian sin despegar los ojos de la computadora, moviendo el mouse con una mano mientras que con la otra alcanzaba una lista de compras y la alzaba a la altura de su cabeza. Luego bajó la hoja y siguió tecleando sin desconcentrarse un segundo. Callahan se metió las manos en los bolsillos del pantalón y lo miró con pena.

-Bien, te dejo -se despidió, caminando de espaldas hacia la salida-. Y ya sabes, si necesitas una niñera, no me llames.

Ese último comentario le arrancó una sonrisa ladeada a Sebastian y levantó la vista, pero Callahan ya no estaba.

Con el único ruido de las manecillas del reloj en la pared, soltó un suspiro y volvió a su labor, sin embargo era difícil concentrarse por completo, su cabeza estaba llena de la vida que tenía después del trabajo, llena de Livy, de los pañales que tenía que comprar y de los repuestos de mamilas que debía conseguir. Algunas veces Sebastian no sabía ni cómo se llamaba él mismo por tantas cosas que ocupaban su mente, pero se sentía feliz, increíblemente cansado, pero feliz.

La foto que tenía enmarcada sobre el escritorio llamó su mirada magnéticamente. El retrato mostraba a Ginger y a él sentados en la banca de un parque; sus ojos se fijaron en la barriga abultada de ocho meses de Ginger que ambos estaban tocando con sus manos entrelazadas mientras él aparecía sonriente tras ella con la barbilla apoyada sobre su hombro.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora