Este capítulo está dedicado a una lectora y vecina mía, Lupita, quien hace poco perdió la batalla contra el cáncer, pero hasta el final percibí su apoyo y gusto por mis historias. No nos acompañará más aquí, pero le mando un abrazo al Cielo a ella y a todos han llegado ahí recientemente; a los que han perdido a alguien en estos tiempos. Luz, bendiciones. Q.E.P.D.
Livy reprimió el impulso de esconderse detrás de Kian cuando los penetrantes ojos de Jennifer la recorrieron de los pies a la cabeza con lento desagrado, casi como si mirarla fuera vulgar e insolente para su vista.
El cuerpo de Livy se puso rígido, entrando en tensión como si fuera a recibir un impacto cuando vio que la madre de Kian abría la boca y jalaba aire para hablar.
—¿Quién...?
—Vamos —Kian la interrumpió en seco, dejándola con las palabras pendiendo de la lengua. Rápidamente, tomó a Livy del brazo y la arrastró fuera del pasillo, obligando a Jennifer a dar un paso atrás para dejarlos pasar.
Cuando llegaron a las escaleras, se escuchó un resoplido de burla, seguido de la voz de la mujer que reverberó a sus espaldas:
—Otra igual que te va a hacer lo mismo.
Ni Kian ni Livy se detuvieron en el descenso, pero ella se congeló y fue un gran esfuerzo coordinar sus piernas hasta el final de las escaleras.
Recogió su mochila y se la echó al hombro. Kian ya le estaba pasando un paraguas negro mientras abría la puerta.
Por un desolador momento, creyó que él simplemente la había sacado de la casa y cerrado la puerta con fuerza, dejándola sola como un gatito abandonado en la lluvia que no paraba de arreciar. Pero el vacío en su estómago se vio sacudido cuando escuchó el chasquido de un segundo paraguas siendo abierto. Kian había salido con ella, y bajo la sombra del paraguas oscuro que él sostenía, la miraba confundido por la expresión de sorpresa y pánico que se le había formado en el rostro a ella.
—Oh... no llamé a ningún taxi —murmuró Livy con vergüenza, mirando sus zapatos mojados.
—Vamos a buscar, alguno tendrá que pasar por aquí.
Metiéndose la mano libre en el bolsillo del pantalón, comenzó a caminar por la calzada hasta la acera delantera, donde miró a ambos lados y luego atrás, mientras ella se acercaba.
Caminaron algunas cuadras calle abajo, pero ninguno de los dos se atrevió a hablar.
Tal vez era la combinación de aún estar medio mojada, tener mucho frío sin la seguridad de sus propias ropas, sentirse agredida por la madre de Kian y haber salido corriendo como si fuera una paria, lo que le hacía percibir un nudo en su garganta.
Lo miró de soslayo y el nudo se apretó al desear acercarse para sentir su calor, pero sabiendo que no debía hacerlo. Que eso le doliera la hacía sentir como una tontita sensiblera que repentinamente necesitaba cobijo y consuelo.
Llevaba el paraguas agarrado con ambas manos, pero liberó una para arrebujarse con la camisa que llevaba encima. El olor de la madera natural llegó conciliadoramente hasta su nariz, ahora acompañado de la fragancia de la lluvia. Como un bosque húmedo.
—Ah, ahí viene uno —anunció Kian, haciéndole una seña con la sombrilla para que el conductor del taxi se detuviera.
El hombre tuvo la gentileza de disminuir la velocidad para no levantar una ola de los charcos, pero aun así, Kian extendió un brazo frente a Livy, previniéndola para que permaneciera un poco más atrás de él para no salpicarse. Después, abrió la puerta trasera, mirándola por encima del hombro en un gesto de invitación a entrar.
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Nada especial
Ficção AdolescenteSer la oveja negra de la familia definitivamente tiene que ser más divertido que ser la oveja pelirroja.