A los dos años de edad, Livy vio a su papá convertirse por primera vez.
Algunas veces un gato negro se aparecía en su ventana mientras ella estaba en la cuna. El gato la observaba desde el alféizar exterior con sus penetrantes ojos azules y ambos se miraban como si fueran extraterrestres. El gato jamás había visto un bebé, y Livy jamás había visto un gato en persona, pero era muchísimo más increíble que los que aparecían en las ilustraciones de los cuentos que le leía su madre.
El encuentro con este misterioso animal a través de la ventana la había marcado tanto que una de sus primeras palabras fue «gato», después «mamá», luego «popó» y al final, el más ofendido de todos por ser mencionado después de esa palabra tan fea: «papá».
Desde antes que Livy naciera, Sebastian tenía bastante cuidado con el agua; procuraba llevar siempre a la mano un impermeable y un paraguas para cuando la cuidad llegaba a su época más lluviosa; evitaba a toda costa las piscinas (sobre todo las públicas) y al momento de ducharse su prima Reby había descubierto que si se cubría la cabeza con una gorra de baño, no tendría que mojarse todo y así no se convertiría, pero el proceso llevaba mucho más tiempo al tener que ducharse en dos tiempos.
Siguiendo todas las precauciones posibles, rara vez se transformaba, pero en ocasiones todavía tenía accidentes aquí o allá que lo orillaban a convertirse y que ocurriera en la calle era de las peores cosas que le podían pasar en la vida.
Ya en dos ocasiones había tenido que pisar la comisaría de policía por andar en pelotas en vía pública a plena luz del día. A diario vivía con el miedo oscuro y profundo de que algo como eso volviera a suceder.
Cuando Livy aprendió a caminar, una vez acompañó a Ginger por las calles de Londres con una bolsa llena de ropa de hombre. Su madre le había dicho que irían de paseo, pero no hicieron más que esconder la ropa en lugares extraños y recovecos refundidos dentro de callejones apestosos.
Ante la mirada curiosa de Livy y sus balbuceantes preguntas, Ginger necesitó explicarle que lo hacían para que los vagabundos sin hogar tuvieran qué ponerse. ¿Cómo le explicas a una niña de dos años que estás escondiendo ropa en lugares estratégicos para después de que su gatuno padre vuelva a convertirse en humano y no lo metan a la cárcel por exhibicionista?
¡¿Cómo?!
No saber cómo y cuándo decirle la verdad a su hija era la primera de sus preocupaciones, la segunda era que de verdad un vagabundo sin hogar se robara la ropa que ella había escondido y dejara a su marido como Dios lo había traído al mundo.
Livy jamás sospechó de los esfuerzos de sus padres por ocultarle la verdad familiar hasta aquel día...
Uno de esos días caluroso de julio donde Roselyn, la tía de Livy, estaba de visita junto con su hijo, Allen, el primo de Livy.
Allen era un niño dos años mayor que Livy, una mini versión de Gerald Gellar, de rebelde cabello negro como la noche e inocentes ojos azules bastante convenientes pues su absoluta belleza solía engañar fácilmente a los desconocidos haciéndolos creer que era un ángel cuando en realidad ocultaba que era un torbellino de un metro de estatura al que le gustaba hacer desorden, vivir en rebeldía perpetua y desquiciar a cuanta niñera cruzaba la puerta de su casa.
A Livy le fascinaba jugar con su primo, era una fiesta entre los dos siempre que sus tíos estaban de visita pero al final, Allen siempre hacía llorar a su pequeña prima y terminaban arañándose y peleándose hasta que llegaba el siguiente fin de semana y volvían a quererse como se quieren todos los niños, sin rencores.
Aquel día, Allen y Livy construían casas con enormes y coloridos legos sobre la alfombra de la sala de estar y veían un programa infantil en la televisión plana mientras sus madres tomaban el té y charlaban en la cocina. Como de costumbre, Allen se aburrió con bastante facilidad; ya había terminado de construir la torre más alta de legos y el pájaro amarillo que cantaba los colores junto a Elmo no le interesaba en absoluto porque ya se sabía los colores, ya era un niño grande.
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Nada especial
Teen FictionSer la oveja negra de la familia definitivamente tiene que ser más divertido que ser la oveja pelirroja.