Capítulo 5: Los primeros días de clase son ¿épicos? (Parte I)

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6 años después.

Ahí estaba Livy. En medio de un mar de adolescentes que fluían hacia las puertas abiertas de par en par de Dancey High. Algunos bastante escandalosos y tan enérgicos como si trajeran un petardo explotando en el trasero, mientras que otros parecían zombis arrastrándose apáticamente por la vida y por el nuevo año escolar.

Subió las manos y las cerró en torno a las correas de su mochila, apretándolas con mucha fuerza. Maldita sea.

Era el primer día de clases de su primer año como alumna de instituto. Estaba nerviosa, sí claro, ¿pero feliz? no.

Debía estar emocionada imaginándose el montón de nuevas experiencias que le traería la nueva etapa de su vida en un nuevo lugar que sería el último que pisaría antes de entrar a la universidad. Debía estar feliz por el nuevo teléfono móvil que su padre le había regalado y por el guardarropa entero que su madre le había comprado para que no se quejara de que no tenía nada que ponerse todos los días.

Sin embargo, a decir verdad no se sentía bien; por un lado la pinchaba la culpabilidad, pues sus padres le habían dado todos esos regalos para animarla y a cambio ella se pasó todas las vacaciones emberrinchada como una niña pequeña, y todo por haberla matriculado en una escuela a la que no quería ir.

Por otro lado, no podía evitar fulminar con la mirada el edificio, sus estúpidos ladrillos terracota, sus estúpidas escalinatas con su estúpida rampa para inválidos y sus estúpidos barandales, sus estúpidas puertas de latón y las estúpidas ventanas y... ¡Agg!

A ratos odiaba a la escuela, a ratos se odiaba a ella misma por su propia actitud, por ser tan mala hija y finalmente el arrepentimiento fue ganando terreno en su conciencia, sobre todo al recordar la odisea que les había armado a sus padres semanas atrás y las cosas tan horribles que había dicho:


—Mamá, por favor, te lo ruego ¡no quiero ir a esa escuela!

Livy meneó el hombro de Ginger mientras ella se llevaba una taza de café a los labios y el movimiento hizo ondear peligrosamente el líquido humeante, estando a muy poco de salpicar los documentos que tenía esparcidos sobre la mesa de la cocina.

Ginger le dedicó una breve mirada de advertencia a su adolescente hija y siguió leyendo sus informes, llevándose delicadamente la taza a los labios para no dejar todo su labial rojo embarrado en la porcelana.

—Livy, por milésima vez, ya estás matriculada. Es demasiado tarde para apuntarte en otro instituto.

Livy apretó los puños contra sus costados y se revolvió soltando un lastimero quejido. Quería zarandear a su madre hasta hacerla entrar en razón. Ya pensaba como una loca desesperada mata madres, pero es que era justamente como se sentía.

Desde la graduación de su antigua escuela, sus padres le habían dado la peor noticia del mundo: iría al último instituto al que querría ir en toda galaxia y gracias a eso había pasado las vacaciones amargada.

Durante el último año, ella y sus amigas planearon sus maravillosas vidas. Todas irían al mismo instituto; saldrían juntas todos los fines de semana al centro comercial; cuando volvieran a graduarse irían de viaje a Nueva York; después asistirían a la misma universidad; conocerían al amor de sus vidas, se casarían y se embarazarían al mismo tiempo y sus hijos crecerían juntos y se reunirían en las tardes para tomar el té mientras los niños jugaban y nunca nada las separaría, ¿no era eso maravilloso?

No obstante, los padres de Livy habían desmantelado en un segundo todos sus planes, toda su felicidad, su futuro prometedor. Ahora no solo la estaban separando de sus amigas, de Nueva York, del amor de su vida y sus hijos con el amor de su vida, sino que además en ese infame instituto estaba...

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora