Capítulo 4: Vida y muerte

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Ese mismo año, la foto de Reby desbordando emoción por los ojos mientras miraba el anillo de compromiso que rodeaba su dedo circuló por todos los chats de sus familiares y amigos para darles la feliz noticia: ella y Michael se casarían.

Ginger fue la primera en recibir la foto y casi escupió el café que estaba tomando, haciendo respingar a Sebastian en la mesa cuando soltó un gritito de emoción sobre la pantalla de su teléfono. Luego se lo mostró eufórica y él trató de hacer un buen trabajo fingiendo estar sorprendido, cuando lo cierto era que hacía meses sabía que Michael se lo propondría a su prima y era el único que tenía que guardar el secreto.

Tres meses antes, Michael había ido a buscarlo a escondidas hasta su puerta para decirle que amaba a Reby más allá de sí mismo y que pensaba casarse con ella, si es que ella aceptaba, claro, y al mismo tiempo Sebastian tuvo la ligera certeza de que había ido a contarle eso porque buscaba su aprobación.

Al principio se le había hecho extraño, sobre todo porque Michael era un hombre completamente independiente, dueño de sí y de sus decisiones, pero no perdió de vista que también provenía de un lugar bastante tradicional y algunas costumbres aún vivían en él. Una de ellas debía ser la de visitar al padre de la novia para pedir la mano de su hija.

Los padres de Reby ya no estaban hacía muchísimo tiempo y aunque Sebastian era bastante joven para considerarse el padre de una mujer adulta, sin duda era lo más cercano que Reby tenía a un padre protector y preocupado por su bienestar. Así que Sebastian no hizo ningún comentario al respecto de la inesperada visita y con una amplia y sincera sonrisa lo felicitó por el paso que estaba dando, deseándole lo mejor.

Hasta que Michael le hizo una petición todavía más extraña: acompañarlo a buscar anillos de compromiso.

Ahí sí, Sebastian no se aguantó la curiosidad de preguntarle por qué, y Michael no tuvo más remedio que admitir avergonzado que no sabía nada de joyas, que no tenía idea de por dónde empezar a buscar ya que nunca en su vida se le había propuesto a nadie, y que confiaba en la experiencia de su futuro primo.

—Bueno, no me avientes tantas flores, no es como si me hubiera propuesto a veinte mujeres antes que Ginger, pero te ayudaré —aceptó, soltando una risa relajada y Michael también se rio, sintiendo que el aire volvía a sus pulmones y sus hombros se relajaban después de haber dado vueltas al tema en su cabeza durante mucho, mucho tiempo.

Y así comenzó la búsqueda del anillo en donde Michael debía mentirle a Reby sobre a dónde iba cuando desaparecía repentinamente, y Sebastian debía mentirle a Ginger sobre por qué a veces llegaba a horas irregulares después del trabajo. No le agradaba nada tener que ocultarle aquello a Ginger, pero Michael había insistido en que Reby era terriblemente suspicaz y podía darse cuenta si notaba que los demás sabían algo que ella no; era hábil para atar cabos si tenía suficientes pistas, suficientes miradas extrañas hacia ella, o notaba cualquier conducta fuera de lo común. Algunos de sus instintos más finos no se habían esfumado con su parte animal.

La paranoia de Michael era tal que solo salían a la búsqueda durante la noche, un par de horas antes de que las joyerías y los centros comerciales cerraran porque según él así reducían sus posibilidades de ser vistos por alguien que los conociera, además, Sebastian era bastante conocido por la ciudad y ambos hacían una combinación que llamaba mucho la atención por las calles.

Dentro de las joyerías también despertaban la imaginación de las vendedoras, pues algunas de ellas llegaron a creer que eran una pareja gay buscando anillos de boda. Sebastian casi podría jurar que se mostraban entusiasmadas, pero más aún cuando les aclaraban que no era así. La verdad todavía no entendía a las mujeres y sus mentes retorcidas y perversas.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora