El camino hacia la oficina del director Callahan fue una tortura.
Todo el trayecto, Livy luchó contra las ganas de correr hasta Kent y tirarlo de una patada, pero sabía muy bien que la situación ya era suficientemente mala como para empeorarla.
Kian debió notar sus intenciones vengativas en el lenguaje corporal, porque de pronto ella sintió que él le rozaba la mano con la suya. Livy levantó la vista hacia él, descubriendo que la miraba con una expresión profunda y conciliadora.
Kent fue el primero en llegar a la puerta de Callahan y esperó tras golpear con los nudillos.
—Adelante.
El director ya los esperaba, recargado frente al escritorio y con los brazos rígidamente cruzados sobre su pecho. Livy miró a su alrededor, en busca de su padre. Por alguna razón, pensó que él estaría ahí, sobretodo porque el anuncio que los llamaba a la dirección se había escuchado en toda la escuela y era seguro que él se había enterado, pero no estaba por ningún lado. De alguna manera eso le daba alivio.
—Tomen asiento, por favor —Les indicó las sillas frente al escritorio con un gesto de barbilla y esperó hasta que los tres estuvieran sentados.
Un silencio pesado cayó sobre la oficina, únicamente interrumpido por el tic tac del reloj de péndulo que ocupaba una de las esquinas.
Sentada en medio de Kian y Kent, Livy se sentía muy nerviosa, pero se estaba obligando a no retorcerse las manos sobre el regazo.
—Ustedes tres otra vez —dijo Callahan, mirándolos de hito en hito— Gastrell, Gellar y Burgess. ¿Quién quiere empezar a decirme qué fue lo que pasó esta vez? ¿O prefieren que sea yo quien escoja?
Livy agachó la mirada. En la periferia de su vista pudo ver que Kent se revolvía en su asiento, mientras que Kian recargaba la mejilla sobre la mano.
—¿Nadie? —insistió Callahan. No les iba a tener más paciencia—. Bien, tú ¿qué diantres te pasó en la frente? —preguntó a Kent, apuntándolo con el gesto.
El aludido se retiró el pañuelo de la ceja para mirar cuánta sangre le había salido, e hizo una mueca de dolor al enderezarse. A Livy se le hizo tan dramático que tuvo que hacer un esfuerzo para no rodar los ojos.
—Recibí un par de golpes, señor.
Las cejas blancas de Callahan se elevaron por encima de la montura de sus anteojos.
—¿Quién te golpeó?
—Creo que es obvio quién —respondió, girando la cabeza para lanzarle una mirada significativa a Kian.
—¡Agh! Dile por qué, Kent, ¡anda! —Livy no podía más. Estaba a punto de explotar y ser ella quien dijera toda la verdad acerca de quién había empezado aquello.
—Señorita Gellar, todavía no estoy hablando con usted. Espere su turno —bramó Callahan, levantando una mano en señal de alto.
Livy soltó un pesado suspiro y se dio cuenta de que se había deslizado hasta el filo del asiento, por lo que regresó al respaldo.
Callahan giró la cabeza hacia Kian.
—Gastrell, ¿es cierto lo que dice Burgess?
—Sí, lo golpeé, las dos veces.
Livy se pinzó el puente de la nariz. Aquello se le hacía demasiado lento y tortuoso.
—¿Puedo saber por qué?
Kian despegó la mejilla de su mano y miró a Livy un instante, después a Kent, quien había preferido voltear hacia otro lado como si fuera insoportable estar ahí, escuchándolo.
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Nada especial
Teen FictionSer la oveja negra de la familia definitivamente tiene que ser más divertido que ser la oveja pelirroja.