Capítulo 10: Mr. Problemas

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Por ese día, Kent sugirió que cancelaran su reunión de organizar la música del baile, y aunque Livy sabía que lo decía por cortesía, dadas las circunstancias, no pudo evitar sentir que él estaba afectado por lo sucedido, de una forma extraña. Casi como... Casi como si estuviera inconforme con la sanción que Kian había recibido. ¿Esperaba que fuera algo más severo? Livy podía entenderlo, pero también sabía que hacerse cuentos en la cabeza nunca la habían llevado a nada bueno.

El director le permitió a ella y a Sebastian salir antes del colegio para que fuera atendida propiamente en un hospital. Ambos acordaron que no le dirían nada a Ginger hasta que llegara a casa porque no querían preocuparla innecesariamente, y además, las radiografías comprobaron que no era nada grave. Solo tendría que mantener su nariz con una pequeña venda durante algunos días para darle firmeza. No obstante, casi todo el personal del hospital conocía a la familia Gellar, el chisme voló hasta el área de Ginger y cuando llegó a casa, corrió como loca hacia su hija. Livy casi podría jurar que su madre quería llorar. Le tuvo que asegurar un montón de veces que estaba bien hasta que se calmó, pero no dejó de recibir mimos en toda la tarde.

Por supuesto, Ginger quiso saber qué había sucedido, y Livy tuvo que contar una vez más todo. En esta ocasión, era la primera vez que Sebastian escuchaba el relato completo de la boca de su hija, y no se contuvo en decir que le patearía el trasero a Bleiz. Livy sabía que no lo decía literal, o por lo menos, eso esperaba. 

«Kian no vendrá hoy» Fue lo primero que le susurró su mente cuando abrió los ojos al siguiente día

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«Kian no vendrá hoy» Fue lo primero que le susurró su mente cuando abrió los ojos al siguiente día.

¿Qué?

De inmediato frunció el ceño y el gesto le hizo recordar el dolor en la nariz.

Reprimiendo una mueca, Livy se alzó con los codos hasta la cabecera de su cama. La habitación todavía estaba medio a oscuras, y aunque los números fosforescentes que parpadeaban en el reloj de proyector en su techo decían que ya era hora de que saliera el sol, unos pequeños pero incesantes golpeteos contra sus ventanas le explicaron el por qué estaba tan oscuro. Llovía a cántaros.

Amaba ese clima, sobre todo si esa era la forma en la que se despertaba, pero ese día se sentía inquieta, y como un eco, su mente volvió a lanzarle el mismo pensamiento: «Kian no vendrá hoy».

Aún seguía confundida con todo lo que había pasado el día anterior, y podía percibir una desconcertante necesidad de encararlo y saber qué diantres le había pasado por la cabeza. Pero ese día no podría ser; el castigo era la suspensión y además, el tiempo que Kian no se la pasaba ignorándola, parecía invertirlo en verse disgustado. Aunque quizá fuera así con todo el mundo y no tenía nada que ver con ella.

De todas formas, no parecía una persona accesible. ¿Y entonces por qué...?

Unos pequeños golpes en la puerta la sacaron de su cabeza y la perilla giró, dejando entrar con cautela a su madre.

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