Capítulo 3: Nada especial.

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3 años después.

Se presentó una emergencia en el quirófano. Sé que dije que esta tarde saldríamos de paseo los tres pero no sé cuánto tiempo me quede hasta que llegue mi relevo. Lo siento cielo, tendrás que pasar por Livy a la escuela y preparar la cena, (nada de ordenar pizza, ¡eh! Escarbaré en el contenedor de basura para hallar la evidencia)

¡Te lo recompensaré, ya verás! (muajaja)

—¿Muajaja?

Sebastian detuvo sus pasos a mitad del estacionamiento de la escuela para leer el mensaje de Ginger con una ceja arqueada y una media sonrisa.

Estaba a punto de responderle cuando escuchó la atronadora chicharra dentro del edificio de Dancey High y se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón, apresurándose hasta su auto antes de que la horda de adolescentes con permiso para conducir invadiera la salida y se produjera un embotellamiento.

Eso, y para evitar que las alumnas del entrenamiento vinieran a aclarar dudas que sabía perfectamente que no tenían interés real de preguntar.

Apretó el paso cuando escuchó el escándalo y las estridentes risas de los adolescentes que salían de la entrada principal como una estampida de cabras locas por la libertad. Pronto la cháchara se esparció por el aire.

Mientras se alejaba vigiló por el rabillo del ojo que nadie le prestara atención, pero luego creyó ver el alborotado grupito de chicas que siempre estaban detrás de él. Todas ellas eran fáciles de identificar porque siempre se hacían en la cabeza unos moños tan altos que cada que los veía pensaba que un día de estos atraerían un rayo. Sin embargo ellas parecían sentirse irresistibles con aquel peinado que al parecer estaba de moda y entre más desordenado, mejor.

Sebastian volvió la vista al frente cuando se percató de que dos de ellas registraban el estacionamiento con la mirada, como si buscaran a alguien y en un impulso por ocultarse se cubrió la cabeza con la capucha de la sudadera.

En seguida se sintió estúpido pues cualquiera podría reconocerlo por su chándal negro, su altura, su complexión, la forma de caminar y los papeles institucionales que llevaba bajo el brazo.

Por suerte llegó al auto antes de que alguien gritara ¡Entrenador, espere, entrenador! Apretó un botón del comando de su llave y las luces del deportivo se encendieron un segundo con un pitido. Sebastian abrió la puerta tan rápido como pudo y un destello rosa neón captó su atención por el rabillo del ojo.

Mientras arrojaba los papeles hacia el asiento del copiloto vio que caía al suelo un post-it con forma de corazón. Antes de agacharse a recogerlo ya imaginaba de qué se trataba y esperó escuchar risitas nerviosas de adolescentes ocultas tras algún auto cercano, pero luego de lanzar una mirada furtiva hacia los lados comprobó que no había nadie espiando su reacción.

Sebastian tomó el papel y lo volteó para leer.

Lo amo.

Decía con esmerada caligrafía. No más, no menos.

Soltó un resoplido (o tal vez un quejido sordo) y se metió el papel arrugado en el bolsillo del pantalón. No porque pensara conservarlo, sino porque no quería dejar papeles tirados en el suelo. De lo contrario si lo conservara, ya tendría una impresionante colección de notas declaratorias de alumnas anónimas y otras no tanto.

A veces no podía entender cómo era que las jovencitas se atrevían tanto y se esforzaban en llamar su atención aun cuando era completamente en vano.

En ocasiones notaba que miraban fija y recelosamente el flamante anillo de oro blanco que rodeaba el dedo de su mano izquierda. Además, sabían que tenía una hija porque claro, nunca perdían la oportunidad para perder tiempo de entrenamiento y de paso preguntar cosas de su vida privada y querer averiguar tooodo de él. Todo.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora