Epílogo

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10 años después.

Algo había despertado a Livy.

Una sensación de estar siendo observada fijamente le cosquilleó sobre la piel, pero cuando abrió los ojos, pestañeando por la fuerte luz que entraba por la cortina de organza, vio que estaba sola en la cama. Su brazo extendido sobre el lugar vacío de Kian se deslizó hacia ella, por las sábanas que ya estaban frías. Se había ido hace rato.

Livy soltó un suspiro, pasándose los dedos por los ojos para restregárselos, y cuando parpadeó y miró hacia la ventana, pudo ver a qué se debía que ella se sintiera observada.

Un gato pequeño y oscuro la miraba fijamente desde el alféizar se la ventana..., por fuera.

El corazón y toda la sangre de Livy se detuvo en seco. En el vecindario había un gato muy parecido, y a veces se acercaba a jugar al jardín. Solo había una forma de distinguir la diferencia, así que, con cuidado, Livy alcanzó los anteojos de la mesa de noche y con ellos puestos entornó los ojos, buscando el detalle.

Mierda.

Ahí estaba.

Los inconfundibles ojos bicolor. Uno verde, otro azul.

Sintió que el alma se le iba a los pies mientras intentaba patear las sábanas revueltas entre sus piernas.

—Por Dios, Katherine, ¿cómo llegaste ahí? —masculló, trastabillando fuera de la cama sin perder de vista a la gatita que maullaba fuera de la ventana, pero el sonido no alcanzaba a atravesar el cristal hacia adentro.

Además, ¿dónde demonios estaba Kian? ¿Se había ido dejando algo abierto? Livy no quería ni pensar cuánto tiempo llevaba su hija afuera.

Tomó el teléfono y comenzó a mover los ojos entre la lista de contactos y la criatura de la ventana, marcando el número de Kian y activando el altavoz mientras lo arrojaba a la cama para poder tener las manos libres.

Con cuidado, se acercó a la ventana, tratando de no asustar a la gatita con movimientos bruscos. Katherine no era del todo asustadiza, pero Livy no quería tentar a la suerte que hasta ahora habían sido afortunados de tener con una niña con su condición.

Tras varios tonos de llamada, el buzón de voz saltó. Después de unos segundos, la llamada se cortó sola.

Livy soltó una maldición entre dientes, metiendo sus dedos en el alféizar de la ventana que se abría hacia arriba, rezando a los cielos para que la gatita no fuera a asustarse. Cerca había un roble y una de sus ramas ya era tan larga que cuando hacía viento arañaba la ventana. Probablemente había llegado hasta ahí por esa rama, y lo peor que podía pasar era que Katherine se asustara y saliera corriendo hacia el árbol, alejándose del alcance de Livy.

Si eso sucedía, entonces tendría que confiar en que Kian llegara pronto, o tendría que llamar a los bomberos, cosa que era muy arriesgado porque la niña podría volver a la normalidad en la mitad del rescate..., y sería un desastre.

¡Cuánta maldita razón tenían sus padres! Ahora ella estaba pagando todo lo que le habían advertido desde niña.

Livy no podía abrir la ventana. Su abultado vientre le impedía tener un buen ángulo para hacer palanca, y más en ese momento, faltando tan solo dos semanas para dar a luz a Bastian, su niño en camino.

Intentó ponerse de lado para quitar su vientre de en medio, y haciendo una mueca de esfuerzo consiguió que la ventana se levantara. Pero a medio camino se atascó, y el sonido asustó a Katherine, haciendo que su húmedo pelo se erizara mientras retrocedía hacia la rama del árbol.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora