Capítulo 23: Un nuevo juego

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Solo pudo dormir dos horas antes de tener que levantarse.

Livy se despertó porque escuchó a sus padres moviendo cosas, preparándose para todas las actividades del día.

Se sentía como si la hubieran atropellado diez elefantes preñados.

—Buenos días, cielo. Pedí el desayuno a la habitación; debemos llegar temprano al estadio —le dijo Ginger cuando la vio tratando de incorporarse, moribunda de sueño.

Livy apenas alcanzó a asentir con la cabeza mientras el sistema operativo de su cerebro se cargaba lentamente y comenzaba a funcionar, captando las formas, la luz y los sonidos. Podía escuchar a su padre haciendo algo en el lavabo del baño; su madre estaba de espaldas, envuelta en una bata de seda verde esmeralda mientras rebuscaba algo en la maleta. Por un instante, Livy no se acordaba de en dónde estaban, hasta que uno a uno, los recuerdos fueron explotando como relámpagos en su mente. En ese momento, no sabía decir si lo que recordaba había sucedido de verdad o simplemente lo había soñado y se llevó una mano a la frente, preocupada.

De pronto, se dio cuenta de que una lucecita parpadeaba en su teléfono sobre la mesa de noche y aún turbada comprobó las notificaciones que se habían acumulado a lo largo de la noche y recién en la mañana. Casi todas eran de sus redes sociales, una de su calendario menstrual recordándole registrar síntomas físicos y psicológicos; un par eran promociones de descuento en restaurantes; y las últimas correspondían a WhatsApp.

Livy volvió a dejarse caer sobre la mullida almohada y abrió la aplicación. Una burbuja verde indicaba que había veinte mensajes sin leer en el grupo de «Perras del mal», pero había otro chat, justo abajo, que le sacó todo el aliento de su alma.

«Tenemos que hablar»

Tuvo que parpadear y jalar sus anteojos de la mesita para comprobar que no estaba loca. Que lo que sus ojos veían era el nombre de Kian como remitente de ese mensaje. No decía nada más. Si navegaba en mensajes anteriores, prácticamente solo estaban las fotos que él le había compartido cuando fueron a la Abadía.

Su corazón comenzó a amenazarla con que debía escoger entre explotar o tener un paro cardíaco. Aquello solo podía significar una cosa: no había sido un sueño. Ella y Kian realmente se habían besado y... No había sido un simple beso.

Sintió cómo el rubor comenzaba a subirle hasta la cara y se tapó toda con la sábana. Ojalá pudiera gritar.

Justo en ese momento, escuchó a su padre salir del baño y acercarse a la cama.

—Arriba, dormilona —Le hizo cosquillas al costal alargado de sábana y Livy se revolvió—. Nos vamos en menos de una hora.

Livy apartó las sábanas de golpe y se levantó de un salto. En un par de zancadas llegó al baño y se encerró.

Sebastian cruzó una mirada con Ginger, confundido, pero su esposa solo pudo regresarle el gesto con un encogimiento de hombros.

Dentro, Livy bajó la tapa del inodoro y se sentó, sosteniendo el teléfono con manos temblorosas. Le tomó varias respiraciones profundas para poder escribir:

¿Dónde te veo?

Dio un respingo y casi tira el teléfono cuando Kian apareció «en línea». Fueron una tortura los segundos que tardaron en aparecer las marcas azules que confirmaban la lectura del mensaje. Dejó de respirar en el momento en que él comenzó a escribir. Mientras tanto, revisó la información de contacto de Kian, pero no tenía ningún distintivo, ni foto de perfil.

Ya estoy en el estadio, pero aún no me asignan una tarea. Es probable que te vea después del partido

Livy tuvo que leer y releer el mensaje, nerviosa al pensar que algo se le podría pasar, o que quizá podría descubrir algo entre líneas.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora