Dark mark

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Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda.

El grupo en general de Weasley-Potter y compañía siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo amitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas.

Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante, entre Fred y Hermione, bien lejos de la vista de sus padres, de Arthur y del señor Diggory.

Observó el estadio que tenían a sus pies, cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo.

Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares...

—¿Dobby? —preguntó Harry, extrañado.

La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande.

No era Dobby, pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico.

—¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra.

Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar.

Incluso Fred se mostró interesado.

—Disculpe —le dijo Harry a la elfina—, la he confundido con un conocido.

—¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señor... y usted, señor... —en ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!

—Sí, lo soy —contestó Harry.

—¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! —dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo.

—¿Cómo se encuentra? No he tenido la oportunidad de ir a la casa de los Malfoy este año.

—¡Ah, señor! —respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro—, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hicieran un favor a Dobby al liberarlo, señor.

—¿Lo han liberado? —Harry la miró impresionado.

—Hace muy poco. El joven Malfoy le ha dado un gorro. La libertad se le ha subido a la cabeza, señor —dijo Winky con tristeza—. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.

—¿Por qué no? —inquirió Harry. Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar.

—Pretende que le paguen por trabajar, señor.

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