🍏No Fun Club🍏

Living with snakes

El verano se estaba pasando demasiado rápido.

La mañana en la que Harry recibió su carta de Hogwarts, Lily le hizo panqueques con chocolate y James casi llora. También almorzaron  hamburguesas y papas fritas, porque eran las favoritas de Harry, y lo consintieron como nunca. Lily se encargó de que James no le siguiera hablando de las casas a Harry, para no meterle ideas en la cabeza. En lugar de eso, ella hizo su mayor esfuerzo por convencerlo de que en cualquier casa que estuviera, debía sentirse orgulloso y dar lo mejor de sí.

Al final, su cumpleaños lo celebró con Neville y le dio en el gusto de hacerlo de piratas. De todos modos era su único amigo y viceversa, así que no importaba demasiado pues no habían más niños ahí. Era más una fiesta para que los adultos bebieran e hicieran algo a la parrilla mientras los niños jugaban. Pero en cuanto Harry ya tenía sus once años, fueron al callejón Diagon a comprarle todo en cuanto pudieron.

Todo estaba pasando demasiado rápido para Harry y se sentía muy extraño, nunca había pasado tanto tiempo lejos de sus padres y no quería admitirlo, pero estaba realmente aterrado.

Se pusieron de acuerdo para dejar a Harry en la tienda de Madame Malkin, mientras James iba a buscarle camisas y Lily le iba a comprar algunos útiles.

—¿Hogwarts, cariño? —le dijo Madame Malkin, una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva—. Tengo muchos aquí... en realidad, otro muchacho se está probando ahora.

En el fondo de la tienda, un niño pálido y rubio, de cara puntiaguda estaba parado sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le puso una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.

—Hola —le dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?

—Sí. —le contestó Harry con una sonrisa.

La cabeza de Harry siempre funcionó de una forma peculiar. A veces podía saber lo que iba a hacer o decir alguien, pero justo antes de que lo hiciera, o podía saber en qué número caería un dado, pero solo unos segundos antes de que se detuviera. Tenía una intuición muy potente, sabía cuando le ocultaban algo y dependiendo del contexto, sabía lo que le ocultaban. Sabía cuando estaba formando recuerdos, se grababa las cosas en su cabeza y las almacenaba. Esa era una de las veces, estaba formando el recuerdo de ese niño pálido y aburrido, desganado que le hablaba a Harry sin conocerlo, sim importar de donde viniera.

—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre está en la calle de arriba viendo varitas —dijo el chico. Tenía una voz de aburrido y arrastraba un poco las palabras—. Luego los voy a arrastrar a mirar escobas de carrera. No sé por qué a los de primer año no nos dejan tener escobas propias. Creo que le voy a insistir a mi padre para que me compre una y meterla de contrabando de alguna forma. ¿Tienes escoba propia?

—Sí —contestó Harry—. Desde que tengo memoria no la suelto... pero ya ves como no nos dejan tener escoba propia en primer año...

—Ah, yo también tengo una y soy bastante bueno. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar en mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?

Harry negó con la cabeza.

—No. Mi papá me quiere en Gryffindor, pero mi mamá dice que cualquier casa está bien...

—Bueno, nadie lo sabe realmente hasta que estemos allá, pero yo sé que seré Slytherin, porque toda mi familia es de ahí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo me iría, ¿no te parece?

—Totalmente. —se rió Harry—. Oye, ¿pero de Slytherin no salen como todos los magos oscuros?

—Mis papás me dijeron que no hay que juzgar a la gente por su casa y la gente de Slytherin salen la mayoría de los magos tenebrosos, pero mi mamá dice que es porque los Slytherin están destinados a ser grandes, son líderes... y que cuando entra la persona equivocada, se les sube a la cabeza de una forma mala. Que lo importante es lo que hace uno y no el resto.