Scratch

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Era una mañana tranquila. Sirius estaba hurgando entre viejos tomos del Profeta, pues no era precisamente una lectura que disfrutara, y tampoco Remus, pues se enteraban de lo importante por Lily o James, o bien, gente de la orden.

—Ah, mira —dijo Sirius—. Los Weasley fueron a- —guardó silencio un momento.

—¿A donde?

—Remus —lo miró por unos segundos—. Remus...

—¿Qué? ¿Qué pasa?

Sirius se echó su café caliente en la cara.

—¡AGHHH!

—¡Sirius! ¡¿Qué te pasa, enfermo?! —Remus agarró una toalla y fue a secarlo.

—¡Agh, mierda! —se llevó las manos a los ojos.

—¿Qué demonios, Sirius? —le preguntó Remus entre la línea del desconcierto y la preocupación real.

—Dime que ves lo mismo que yo. —dijo señalándole la foto de los Weasley.

—No es... ¿no es...? —Remus lo miró deseando que le quedara más café para echárselo encima también.

—Sí es. Es, no hay duda que es.

Sirius empuñó su varita y se dispuso a salir del cuarto.

—¡¿Qué crees que haces?! No puedes solo ir y matar a la mascota de un estudiante, ¿quieres que me despidan?

—¡No es una mascota, es un traidor que casi me cuesta un boleto a Azkaban!

Remus agarró el atomizador de agua y roció a Sirius.

—¡Sentado!

Él le hizo caso mirándolo con esos ojos de cachorro culpable.

—¡Remus! —alegó.

—Se lo voy a mostrar a Lily y a James. Tenemos que hacer esto de una forma estratégica, no así como así. Quizás solo se parezca demasiado, tenemos que estar cien por ciento seguros, hace doce años que no lo vemos.

Sirius se hizo perro y soltó un alegato. Se expresaba mucho mejor de esa forma que con palabras, entonces Remus se cruzó de brazos.

—No, yo ya soy inmune a los ojos de cachorro —Sirius le lloriqueó y trató de hacerle con las patas, entonces Remus se las tomó—. Basta. Tengo que ir a dar clases. No quiero ninguna mascota muerta, ¿me escuchaste?

Sirius soltó otro quejido y Remus le dio un beso en la cabeza, que Sirius le devolvió entusiasmado, emocionándose con su pierna.

—¡Oye! —se rió apartándolo—. Después. Nos vemos.

...

—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas. —dijo alegremente Hermione.

—Hermione —dijo Harry en un tono algo confundido y mirando detrás de ella—, se equivocaron con tu horario. Mira, te pusieron como diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.

—Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.

—Pero si tu jefe de casa es el profesor Flitwick.

—Sí, con ambos. Te recuerdo que la profesora McGonagall es la subdirectora.

—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin creerlo—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar entres clases a la vez?

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