Capítulo I La Primera Luna

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Fue poco después de abrir los ojos que pude percatarme que yacía en un pasillo misterioso, la densa niebla que llenaba el lugar solo me permitía ver mis manos al acércalas a mis ojos, al dar varios pasos la niebla en el suelo se disipaba un poco, el piso era blanco, traía puestas unas zapatillas de color rojo. Intentaba ver algo más a mí alrededor, pero era en vano. No sentía temor al caminar, solo curiosidad. Después de dar varios pasos me detuve, mi piel se erizó y pude escuchar un susurro detrás de mí.

-Emma.

Al dar media vuelta la niebla desapareció por completo, así como todo rastro de aquel extraño pasillo. Me hallaba en mi hogar, o esa fue mi primera impresión... ciertamente lo era, sin embargo muchos adornos ya no estaban donde deberían y en su lugar habían otros artefactos que daban la impresión de ser antiguos. Vi mi reflejo en un espejo, era yo de niña, ¿con 6 o quizás 7 años? no sabría decirlo con exactitud.

-¿Qué haremos con ella? –Exclamó con preocupación-

Oí una voz familiar que provenía de la sala, mientras bajaba las escaleras, la misma se escuchaba más fuerte.

-No podemos hacernos cargo de este bebé –Gritó- Debemos llevarlo con las autoridades y que ellos se encarguen –era la voz de una mujer, me costaba reconocerla.

-Si lo hacemos... -Susurró- terminará en un orfanato o en una casa hogar y nunca tendrá una vida plena –temía lo peor- es solo una bebé inocente

La segunda voz era cálida, al escucharla me transmitía seguridad

-¡No es nuestra responsabilidad! –Explotó- no debemos criarla ¿Dónde están sus papeles? No sabemos nada de ella.

-Ya leíste la carta con la que la abandonaron –Enfatizó- Sus padres están muertos, solo dejó un apellido.

-¿Por qué alguien la dejaría en nuestra casa? –Preguntó bruscamente- Esto no tiene sentido... Tengo que ser honesta contigo –Sus gestos realzaban el temor que percibía- Me aterra la idea de tener ese bebé esté en la casa.

Justo antes de poder decir algo más, se dio cuenta de mi presencia.

-Emma –irrumpió.

Era mi madre, lucía más joven. Se acercó rápido a mí, me levantó y por un segundo lo pude ver, esa figura, ese rostro y esa voz, como no pude entenderlo antes... mi padre se encontraba parado justo unos pasos por delante de la puerta principal, cargando algo. Al verme sonrió. Intenté decir algo con todas mis fuerzas, pero no salía nada, ni una palabra.

Me levanté exaltada de la cama, me dolía la cabeza y el corazón no dejaba de latir fuertemente. Era la primera vez que soñaba con mi padre desde el accidente. Fue algo completamente irracional, no entendía el significado de aquel sueño y a que se debía la discusión.

Era un martes sin sabor, como los últimos días desde la muerte de mi padre. Aún quedaban algunos días de vacaciones antes de iniciar la secundaria, un inicio de clases que necesitaba con urgencia, precisaba distraer mi mente con algo, dejar de llorar por las mañanas y parar de fingir que duermo por las noches. Mi dinámica familiar desde el accidente en automóvil no había sido la misma, la gracia que siempre ha acompañado a mi hermana Ana se opacó, sus rasgos verborreicos que no daban espacio para la serenidad y calma, se vieron apagados por un manto de apatía que iba de la mano con un ciclo de duelo no cerrado, tampoco estaba bien encaminado a cerrarse, era una situación que ninguna niña de nueve años debía vivir.

Daniel, mi hermano mayor, se encontraba lejos de la casa por los problemas con mi madre, se la pasaba de casa en casa, todas eran de familiares, pero nunca sabíamos con exactitud en cual pasaría la noche, ya que cortó todo tipo de contacto con nosotras; mi madre ya no tenía interés por saber de él o eso es lo que pretendía reflejar.

Una Luna, Dos Caras 3:1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora