Capítulo XXXI El Jardín Botánico

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Conversamos durante todo el camino, ningún tema en específico, pero nos reíamos como si fuera un buen chiste cada palabra que pronunciamos. Gracias al clima nublado decidimos bajar las ventanas, una las cosas que más me agrada de ir en un carro, es poder sentir al viento jugar con mi cabello, aunque después me cueste desenredarlo. Al transcurrir unos diez minutos manejando, empecé a reconocer el camino, no me hallé del todo convencida, pero eso no impidió que se me aceleraran los latidos. Apreté más fuerte la mano de Petter, me abrumaron los nervios inexplicables.

Dos rejas altas en forma de arco, sostenidas por grandes pilares a sus lados, tenían dos estatuas de cemento que reposaban en lo más alto, sus formas eran de ángeles. Un señor bastante anciano abrió las rejas, saludó con un gesto a Petter y él se lo devolvió, daba la impresión de que se conocían.

-Pet ¿Qué hacemos aquí? –Con voz temblorosa.

No pronunció ni una sola palabra. Estacionó el vehículo y se bajó, mis piernas y manos se paralizaron, el miedo me tenía dominada. Al abrir la puerta, estiró su mano para ayudarme a bajar.

Puse los pies sobre la acera, las dudas se disiparon en mí al observar el lugar... el cementerio, pero no cualquiera, el mismo donde enterramos a mi padre. No había regresado desde... en realidad la última vez que puse un pie en este sitio fue para su entierro.

Para mí este era un lugar de sufrimiento, de agonía, pero Petter se veía relajado, como si fuera un día de campo para él.

-¿Esta es tu idea de un sitio especial? –Pregunté con aire de enfado.

-No quería que pasaras tu cumpleaños sin visitarlo, diría que tú tampoco querrías eso.

-Petter está muerto –Exploté- está muerto y no tiene caso venir a este sitio.

Dejó de responder nuevamente, se volteó y comenzó a caminar entre las lápidas. Se detuvo.

-¿No vienes?

Lo seguí, no entendía el motivo, pero mis piernas lo siguieron. Pasamos varias lápidas, algunas rotas y otras llenas de espesa maleza y grama que se incrustaban en las mismas.

-Petter no quiero estar aquí –Suplicando.

-Ya falta poco –Inquirió.

Fueron varios metros los que recorrimos, sin esperarlo se quedó quieto y choqué levemente contra su espalda. Se hizo a un lado para dejar en evidencia una lápida pulcra, a diferencia del resto, daba una imagen de tener un mayor cuidado, no había rastro de maleza o de grama. En el grabado se podía leer un nombre.

Tom Enrique Campos Untella.

Amado Padre.

Esposo ejemplar

1973-2020

-Vine hace poco con Daniel, entre los dos la limpiamos.

-Gracias –Susurré- ¿Qué hacemos aquí Petter? –Pregunté bruscamente.

-No está muerto, quiero decir, físicamente si Emma, pero aún sigue vivo. Aquí –Señalo mi corazón- mientras mantengas vivo el amor que sientes por él, sus recuerdos y cada instante que gozaste a su lado, no se puede decir que este muerto en realidad, no del todo.

-Te traje aquí –Continuó- porque siempre he tenido la ilusión que el lugar donde descansan nuestros seres queridos al partir, es un punto medio, como un puente, entre ellos y nosotros. Pienso que si les hablamos desde el corazón, al final nuestras palabras son escuchadas, o al menos el amor que las acompaña llega hasta donde descansan.

Una Luna, Dos Caras 3:1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora