18; Dios castiga, pero no a palos

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Era un día espectacular, mi cumpleaños número veinticinco.

Cada día más cerca de llegar a los treinta, la verdadera adultez en la que comienzas a tomar las riendas de tu vida sin la ayuda de mamá y papá.

 Eso me inquietaba y a la vez me emocionaba;

siempre soñé con crecer y ser un adulto cuando era muy pequeña; luego rezaba por cinco minutos en mi habitación de la infancia, comiendo cereales con mucha azúcar y viendo caricaturas que rara vez emitían una palabra.
Así era feliz en esos tiempos y lo sabía. Luego me acostumbré a ser un adulto y valga la redundancia; ser adulto no significa algo malo, o que no puedas tener diversión.
Por eso decidí recibir cada año con alegría y verlo como una oportunidad de ser la mejor versión de mí misma.

Las chicas me habían organizado una fiesta, les insistí que no debía ser tan grande, pero ya sabes cómo son: arrendaron un clubhouse que era el doble de mi casa.

Con la ansiedad de una niña pequeña, me desperté temprano en la mañana para comprar y afinar algunos de los detalles de lo que sería, como a Brie le gustaba llamar, "La fiesta del siglo".

No me querían dejar que ayudara, que esta es mi celebración y que sólo debo disfrutar, pero al menos pude ayudarlas a comprar algunas cosas. También elegí el color de la decoración, turquesa (mi favorito, por si ya no lo sabías).

Me pregunto con qué me sorprenderán estos veinticinco años. A punto de despedirlos fui despedida de mi trabajo y no te negaré que al principio estuve muy mal, que sentí la mismísima crisis de los treinta (aún sin cumplirlos) respirándome en la nuca. Que no sabía qué iba a hacer con mi vida.

Amaba ese trabajo, pensaba que en realidad estaba marcando la diferencia con mi vocación;
otros no pensaban lo mismo.

Sarah me hizo entender que estaba cerrando un ciclo, ya que esto pasó a pocos días de mi cumpleaños, iba a comenzar de cero.

Jamás pensé que tanto... que todo lo que conocía se desbordaría de esta manera.

Llegué a casa con muchas bolsas, aproveché de hacer las compras del mes y busqué las cosas que a él más le gustaban.

— ¿Amor? — Llamé llegando al estrecho pasillo principal, estaba tan decorado, lleno de fotos nuestras en distintos lugares y una que otra planta decorativa, además de una gran alfombra y lindas ventanas. Me sentía tan agradecida de tener lo que tenía, incluso después de perder mi trabajo solía asegurar que tenía todo lo que necesitaba Tenía amor, salud... ya conseguiría un nuevo trabajo — ¿Estás acá? — Me parecía extraño el silencio porque su camioneta estaba estacionada en su estacionamiento, también estaban sus zapatos en la entrada.

Quizás fue al supermercado a encontrarme, qué sé yo.

Abrí la puerta de nuestra habitación y cinco botellas de vino se azotaron contra el piso, las botellas que cayeron de mis brazos que aún no había puesto en su lugar.

Nada, NADA va a dolerme y sorprenderme más que esto. Nada va dañar mi orgullo, mis sentimientos, mi mente; como lo que estaba ante mis ojos. 

— ¡Michael! — Grité al ver a mi novio de seis años encamado con una pelinegra que se encontraba encima de él teniendo relaciones. Los dos me miraban atónitos. Es que no podía entenderlo. 

— Nina... — me observó con mucha cautela. Luego dijo la célebre frase que todos los patanes dicen cuando los encuentras con las manos en la masa, y eso me dolió aún más. El descaro de, no sólo mentirme a mis espaldas, si no que también a mi cara — no es lo que piensas. 

Tres Clavos Sacan Otro Clavo [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora