Epílogo

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A veces hace falta un error para poder encontrar el camino correcto.

En los momentos de incertidumbre esperar paciente. Porque las cosas buenas vienen en camino.

Fui paciente. Muy paciente.

Y de hecho, volví a empezar. Sí, de nuevo.

Una vez más.

Después de una ardua entrevista de trabajo que, a mi parecer, fue excelente, fui a tomar una taza de café.

Encontré una especie de refugio en la cafetería de la avenida más cercana a mi nuevo departamento, en Brooklyn.

En las cosas que implicaban darme un poco de amor propio.

¿La pandilla?, ¿que cómo están mis chicas?

Sarah y su novio actualmente viven en Australia. Viven la vida salvaje. Viven la vida felices.

Brie es gerente general de nuestra antigua empresa, ahora enamorada de un cálido y cariñoso latino que le ha permitido ver las cosas de una manera diferente.

Miré por el rabillo a un chico que me ha estado observando durante varios minutos.

No podía reconocerlo, tampoco sabía hoy andaba con ánimos de socializar.

— ¿Nina? — Sentí esa voz a mi espalda. No hacía falta nada más para reconocer a la persona que estaba detrás de mí.

— ¿Tú? — Sonreí sin poder creerlo — No te he reconocido con la mascarilla.

— Oh, sí — sonrió sentándose a mi lado —. Qué pavada ha sido todo esto, ¿no crees?

— Maldito virus — negué con la cabeza —. A mí me dio fuerte.

— Para mí no fue más que un simple resfriado. Algo de ronquera y dolor corporal. No te negaré que moría de miedo cuando me enfermé — carcajeó — ¿Y en qué has estado? No te he visto en ¿Un año? Cuando pasé por tu casa.

— Es que ahora recién volví a Nueva York — sonreí al pensar en lo maravilloso que fue ese año — Me mudé a Santa Barbara. He vuelto por una buena oportunidad laboral. ¿Tú?

— ¿Yo? Pues ya lo sabes — le dio un pequeño sorbo a su té antes de seguir hablando —. En lo mismo. Me alegro que hayas podido estar cerca de tu acogedora familia, te ves como una persona completamente distinta. Hasta más joven. Preciosa.

— Sí. Me hizo muy bien tenerlos cerca. Y gracias. — Respondí sonrojada. Luego hablamos de las chicas, de anécdotas que nos pasaron durante el tiempo que intentamos olvidarnos. Porque seamos honestos, un amor así, no se olvida de la noche a la mañana.

— Ha sido un agrado charlar contigo, Moore.

— Lo mismo digo, chico. — Tomó mi mano delicadamente y la besó. Dejé la taza sobre la mesa y salí del café.

Pero no salí sola.

Estaba por hacer algo que había extrañado y no lo sabía.

Comienzo a entender que la vida pone a las personas en su lugar, y que a veces, más tarde que temprano, te encuentras en el lugar correcto en el momento correcto.

— ¿Dónde vamos?

— Donde tú quieras — sin más llegamos a una moto lujosa, de su maleta sacó dos cascos. Me extendió uno. Yo me quedé muda —. Qué, ¿no quieres? Se supone que esta era una de tus fantasías, eso me dijiste en el bar.

— Yo jamás te dije eso. — Reí negando con la cabeza, tiene el don de tergiversar las cosas.

— Bueno, ahora lo será — sonrió guiñando un ojo —, ¿qué tanto te ríes? — Se unió a mi risa desviando la mirada a sus zapatos — Ya entendí... no quieres andar por Times Square en motocicleta, lo entiendo. Tranquila — dramatizó llevando ambas manos a su pecho —. Supongo que iré a pasear yo solo, en soledad, en solitario, solito.

– Sí quiero. — Respondí llevada por mis impulsos —Sí, quiero; pero si te dejas de chillar como un bebé, Broadway está unas cuadras más arriba para que vayas a hacer tu teatro — fingí estar seria, pero luego levantó una ceja, cuestionando mi "mal humor" y no pude evitar sonreír —. Pero después me traes acá, tengo que volver por mi auto, ¿queda claro?





















Definitivamente esta será una de las historias que mis nietos jamás van a creer.

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Definitivamente esta será una historia que jamás les contaré.

Tres Clavos Sacan Otro Clavo [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora