XXVIII - "Alle cure di un angelo"

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Al ver que asentí, él me devolvió el gesto, y comenzó a caminar delante de mí, guiándome.

Con el cuerpo repleto de recientes heridas, me costaba muchísimo seguirle. El punzante dolor, sobre todo el de mis partes íntimas, se hacía presente a cada paso que daba, haciendo que involuntarios quejidos escaparan de mis labios. Era horrible y vergonzoso.

Ánandros se dió cuenta al instante y volteó a verme, sobresaltado.

- ¡Oh, no! ¡Pero qué desconsiderado soy! Le pido disculpas, joven demonio, por hacerle caminar en su estado. - hizo una reverencia y continuó - Permítame llevarlo sobre mi espalda, por favor, que se dañará más si continúa. - ofreció con su tremenda voz, educado.

Y yo, que estaba sumamente desganado y mareado, temiendo desmayarme al verme tan débil, acepté su oferta. Mi cuerpo y mente habían quedado sumamente exaustos.

El monstruoso esqueleto se agachó ante mí, de espaldas, esperando a que subiera. Me pegué a su gigantesca espalda, y enredé mis brazos y piernas alrededor de su cuello y caderas. Era mucho más alto y ancho que yo, pero al ser un esqueleto lleno de huecos, era fácil sujetarse de él.

Una vez que me subí a su espalda, Ánandros se incorporó y comenzó a caminar.

- Gracias. - hablé muy bajo.

No supe si agradecer era lo correcto, porque aunque era amable conmigo, no dejaba de ser una criatura infernal.

- Por su bien, no agradezca, joven Valentino. En este lugar la amabilidad es confundida con debilidad. Aún así, no es a mí a quien debe agradecer, sinó al señor Felicios. - habló con su potentísima y gruesa voz de ultratumba.

No le respondí. Estaba bastante desorientado como para conversar.

Él continuaba caminando, atravesando el salón a zancadas, pues era muy alto y sus pasos valían por tres. A medida que avanzábamos, la insistente mirada del tumulto se clavaba sobre nosotros.

Finalmente salimos de la lujosa casona hacia la intemperie rocosa del infierno, rodeada de abismos.

Podía sentir el áspero y caluroso viento infernal golpeando mi piel y cabellos. Cerré los ojos, intentando descansar e ignorar el dolor. El constante caminar del esqueleto y el vaíven de su respiración lograban un ruido repetitivo que me adormecía.

De alguna extraña forma, me relajé y terminé dormitando sobre su espalda, como un niño cansado, que después de un largo día de escuela, es aupado por su madre y se duerme.

Fatigado, entré en un sueño ligero. Me despertaba de vez en cuando, intentando estar en alerta, pero volvía a dormirme al instante, debilitado.

El silbido de unas fuertes ventiscas me despertó por completo, y sin saber cuánto tiempo había pasado ni dónde estaba, levanté la cabeza y miré alrededor frenéticamente, asustado. Estábamos en un estrecho sendero, al borde de un rocoso acantilado, en lo alto de una montaña. Íbamos hacia arriba.

Es indescriptible la sensación vertiginosa que me causaba mirar al abismo que se abría a un lado, negro y sin fin, espantoso.

A los pocos minutos de caminata costeando el horrible borde, Ánandros se detuvo.

Se imponía frente a nosotros una puerta altísima, encajada en la rocosa pared de la montaña. Estábamos a una altura de infarto. Era el final del sendero.

- Ya llegamos, joven demonio. Es éste mi hogar. - dijo amable, abriendo la antigua puerta.

Al entrar me encontré en una especie de sala de estar, con una mesita a un costado, dos sillas y un pequeño sillón para dos personas. Todo se veía muy sencillo.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora