XV - "L'angelo Nascosto"

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Mantuve mis pensamientos enfocados en alejarme lo más lejos posible. Felicios era un depravado sin lugar a dudas. Aquella "broma" suya, si así se le podía llamar, aún me atormentaba.

"¿Qué haré con este collar, alojado en mi piel?" Pensé, acariciando mi cuello.

Mientras me alejaba más y más, con la curiosa mirada ajena sobre mí, recordé algo útil.

Felicios le había hecho algo a mi cuello justo después de "comprarme". Me había ahorcado, y recordaba haber sentido un terrible ardor emanando de sus dedos, que no me permitía respirar. Luego, pronunció una extraña frase en latín.

Definitivamente, ese suceso debía estar ligado a este extraño collar.

¿Será que tiene algún poder sobre mí? ¿Controlarme, vigilarme? Cuestioné.

Lo odiaba. Jamás había sentido tanta ansiedad. Me sentía preso, sin importar dónde estuviera.
Ni siquiera entendía cómo había terminado en tan abominable lugar, y las imágenes de mi muerte se repetían constantemente en mi cabeza.

Me sentía abandonado y repudiado por todo el panteón de dioses existentes, y por el mismísimo destino. ¿Realmente merecía estar en el infierno? Profundo en mi ser, rogaba que todo fuese una broma de pésimo gusto por parte de un Dios.

Caminé entre las precarias edificaciones a paso rápido. Me perdí más y más en un laberinto de mugre y calor. Estaba terriblemente sucio, sudado y lleno de polvo. Mis largos cabellos se encontraban enmarañados y pegajosos.

El traje blanco, que había robado y aún traía puesto, se estaba tornando marrón. Su hermosa tela perdió la elegancia entre manchas de tierra, sangre, y húmedo sudor. Daba pena.

Al menos me servía de camuflaje en el descuidado lugar.

No había mucha población en los alrededores, pero los pocos que me cruzaban, se me quedaban viendo de forma insistente. Quizás sabían que Felicios era mi "amo" a través del collar. La pareja de maniáticas que me había topado en el antro decía haber visto mi collar desde un principio. Sin embargo, no habían podido reconocer que era de Felicios al instante.

Pero sí sabían que le pertenecía a otro demonio, y eso me resultaba humillante e inaceptable.

Perdido en mis angustias y preguntas, vagaba por un paisaje que no variaba mucho. Feas haciendas de chapas y áspero cemento, basura, y antiguos candelabros colgando cada tanto. Vagué por las estrechas calles de polvo hasta que creí estar lo suficientemente lejos.

El lugar se tornaba menos iluminado, pero no me importó.

Lo único que iluminaba los alrededores era un pintoresco bar, a lo lejos. Repleto de lámparas, su apariencia brillante le otorgaba cierto protagonismo, contrastando con el resto de edificaciones. Elegante y de madera, se hallaba perdido entre las casas. Sobre su entrada colgaba un antiguo cartel con su nombre, el cual no leí.

Le pasé de lado y fijé mi atención en un pequeño espacio techado, cercano, debajo del cual había mesas largas y alargados bancos de madera. Era un lugar sombrío y penumbroso.

Me senté en el banco más apartado y menos visible, en una esquina. Con sentimientos mezclados, miré hacia arriba, reposando la vista en el extraño techaje. Dejé escapar un fuerte suspiro.

¿Qué debía hacer? Realmente no tenía idea. Allí, sentado en la oscuridad, comencé a plantearme cosas.

Ellos podían ver mi collar. Quizás Felicios siempre supo mi ubicación, y de ser así, escapar no tuvo sentido alguno.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora