XXV - "L'indomito Domato"

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Palidecí, estupefacto. Ánandros continuaba hablándome, pero yo no era capaz de oírle, pues toda mi atención se volcaba en aquél espantoso demonio, en Jacobo. El muy desgraciado, inadvertido de mi presencia, charlaba y danzaba con otros, que le rodeaban festivos.

Tan solo mirarle me daba escalofríos, y pequeños temblores estremecían mis piernas. Se apoderaba de mí una sensación vomitiva, pues verle me recordaba el horror sexual por el que había pasado.

¿Cómo había sobrevivido? Pues era imposible. Yo mismo había visto sus vísceras hechas papilla, regadas por el suelo. Había sido tan brutal su muerte que por un momento hasta sentí pena por él. Y sin embargo allí lo veía, vivo y de pié, disfrutando de la velada.

Su figura danzante se perdía detrás de la espalda del altísimo Ánandros. Éste último, al notar mi clara distracción y mi cambio de ánimo, ladeó la cabeza y me preguntó:

- Joven demonio ¿Qué has visto, que te tiene tan asombrado? Te noto muy disperso, y tu piel morena está pálida. -

Saliendo de mi trance, perplejo, atendí a sus palabras.

- ¿Los demonios reviven? - pregunté yendo al grano, incapaz de calmarme.

- ¡Oh! Ahora entiendo... ¿Acabas de ver a un muerto, verdad? - dijo. Yo le asentí, y continuó - Pues sí, aquí en el infierno los demonios revivimos, aunque un número limitado de veces, claro está. - explicó con calma.

El infierno no dejaba de sorprenderme. Incluso la muerte era distinta aquí. Me alivió un poco saber que no era una alucinación de mi mente, que no me estaba volviendo loco, sino que se trataba del mismo maldito de carne y hueso, que había resurgido de entre los muertos.

Esta vez podría matarle con mis propias manos.

- Si hay un límite, entonces ¿Cuál es? ¿Cuántas veces revive? - pregunté, casi murmurando, intentando no perder de vista a Jacobo, ya que su silueta desaparecía y reaparecía entre el tumulto.

- Casi todos tenemos un límite de 7 vidas aquí. Es una larga historia el porqué de ese número, lo eligió el mismísimo Lucifer. - explicó, con su usual tranquilidad y su potentísima voz.

- ¿Cuántas vidas le quedan a ése? - pregunté al instante, casi interrumpiéndolo, señalando a Jacobo.

Él volteó y lo miró.

- ¿Al de cabellos largos y rojizos, a Jacobo? Pues es difícil de saber a simple vista, pero diría que le quedan unas cuatro. Es un demonio relativamente antiguo y de familia muy poderosa, ¿Por qué tu interés, si puedo preguntar? - cuestionó, educado y agradable.

- Ese maldito me humilló como nunca antes y de la peor manera. Si tiene cuatro vidas, ahora le van a quedar tres. - exclamé, lleno de odio.

Pues el horror de verlo entre los vivos estaba siendo desplazado por una irrefrenable sed de venganza. Fuí salvado por Felicios de su cobarde intento de violación, incluso lo obligó a pedirme perdón. Pero no me satisfacía una disculpa forzada. Necesitaba hacerlo con mis propias manos.

Ante mi tensión y mi comentario asesino, Ánandros se llevó una mano a la cabeza y suspiró nervioso.

- ...Valentino, Joven Demonio, veo qué tipo de experiencia ha tenido que soportar, y lo lamento mucho. Pero matarle solo le traerá problemas, no sea impulsivo, se lo ruego. - suplicó con su tremenda voz.

Reaccioné ante su comentario mirándole con torva expresión.

- ¿Y tú quién eres para decirme qué hacer? Apenas sí te conozco. No pienso quedarme quieto, mirándolo bailar. Lo voy a destrozar, y tu no vas a detenerme. - solté, furibundo.

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