XXI - "Mangia e non Cidarti."

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Supe que había llegado la culminación de eso a lo que llamaban "adaptación". Mi cuerpo nuevo comenzaría a sentirse como propio una vez que sintiera hambre y sed, y eso era exactamente lo que estaba ocurriendo.

Mi cavidad bucal entera parecía secarse más y más segundo tras segundo. Pero no fué un problema serio, ya que volví a entrar al baño y sacié mi sed con el agua de una canilla. Se sintió estupendo. Pero el hambre seguía allí y se hacía notar con fiereza.

Me desesperaba por comida, quería consumir lo que sea. Mi estómago se sentía exageradamente vacío y rugía impaciente por ser alimentado. No mintieron al advertirme que ésta metamorfosis era agobiante.

Con un hambre tan gigantesco que comencé a plantearme el hecho de comer cualquier cosa masticable, decidí salir de la habitación. Escuché a un hombre charlar escaleras abajo, en el gran salón. Era uno de los hermanos de Felicios, Dárgelos, aquél de apariencia angelical y baja estatura. Decidí bajar las escaleras y hablar con él.

Necesitaba encontrar a Felicios, y en lo posible, alimentarme.

Quizá haya sido una mala idea salir de la habitación sin aviso, pero el hambre me nublaba los pensamientos más astutos. Necesitaba comida, cualquier cosa que fuese capaz de calmar aquella sensación. Me encontraba tan desesperado, tan fuera de mí, como carnívoro animal en ayuno.

A paso ansioso y torpe, caminé por el magnífico pasillo y bajé las escaleras, intentando disimular mi apuro. A decir verdad, me intimidaba un poco hablar con Dárgelos. Parecía un demonio carismático e ingenioso, alegre y burlón. Y eso me resultaba extraño, pues se veía tan jovial que debía recordarme a mí mismo que se trataba de un demonio. Era dueño de una apariencia tramposa.

Apenas puse un pié en la alfombra del gran salón, Dárgelos volteó a verme con pequeño asombro. Vestido con una fina camisa de seda morada y un elegante pantalón oscuro, charlaba con un criado del palacio. Con el estómago rugiendo desenfrenado, me acerqué.

- Disculpen, ¿Han visto a Felicios? - pregunté nervioso.

Él levantó una ceja, incrédulo, y le hizo una seña al mozo para que se retirara. El criado obedeció, diligente, y se alejó haciendo una reverencia.

- ¿Llamas a mi hermano por su nombre? ¡Mira que mal te ha educado! Deberías decirle amo. - soltó mofándose.

Fué una indirecta, un mensaje entre líneas a modo de chiste, para que sea más "educado" con su fraterno. Me tomó por sorpresa.

- Discúlpeme, lo tendré en cuenta. Necesito que me diga dónde está mi amo, por favor. - pedí con seriedad.

Supuse que lo mejor sería hablarle con gran respeto. Él levantó las cejas y sonrió, satisfecho.

- Oh, así está mucho mejor, querido. Puedo ver que estás luchando con la adaptación de tu cuerpo. ¿Tienes hambre, verdad? No tiene caso que lo ocultes, puedo sentirlo. - habló simpático.

- De hecho, esa es la razón por la que busco a mi amo. Estoy desesperado. -

Odiaba decir "amo", pero las cosas se entendían mejor con él de esa forma.

- ¡Qué irresponsable de parte de mi hermano! Ese problema es difícil de manejar sólo. No sé dónde se ha ido, pero ahora mismo llamo a un criado para que te sirva una buena cena. Debo irme, mis sirvientes me esperan. - sonrió, amable. - Siéntate, en un momento te traerán un pequeño banquete. - saludó con la mano y se alejó.

Le agradecí y le devolví el saludo, para luego sentarme en un gran sillón marrón, en medio del salón.

A pesar de su baja estatura y su apariencia facial angelical, su delgado cuerpo guardaba masculinidad. Gruesos músculos se asomaban con delicadeza en sus brazos y piernas, haciendo un extraño pero balanceado contraste. Resultó ser más amable de lo que aparentaba, tanto que me provocó desconfianza.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora