XXXV - "Sul Cornicione"

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- ¿Morir? Basta de teatros. Vamos, dilo de una vez. - insistió Velia.

El salón entero observaba tenso la discusión, yo incluído.

Ésta vez al menos entendía, un poco, de qué hablaban. Pasar un mes entero leyendo sin parar en la biblioteca del rubio sirvió de algo.

Por lo que leí en uno de los tomos, la "Semana Pacta" era un rito extremadamente poderoso y antiguo, que se usaba para obligar a otro demonio a hacer prácticamente lo que uno quisiese. De no obedecer, el demonio víctima sufre un castigo eterno y abominable, desmedido. Incluso para los estándares del infierno. Es decir... vendría a ser una especie de maldición.
Y morir no te pone a salvo de ella.

Pero, a todo ésto... ¿Que pasaría con Felicios?

Él dijo que de no cumplir con lo pactado "prefería morir" a soportar el castigo. Lo que es ilógico, ya que la muerte, como acabo de mencionar, no te libera de él.

A menos que...

¿Acaso se refería a morir definitivamente?


Pues por lo que leí, los demonios reencarnan hasta siete veces y luego realmente mueren. Se pulverizan hasta desaparecer por completo y sin dejar rastro.

De ser así, ¿Felicios morirá? ¿Eso dónde me deja a mí? Dudo que consiga mi libertad con su muerte. Quizá todo lo contrario. Tal vez acabe en manos de alguien aún más demente que él.

De solo pensarlo me estremecí.

La incertidumbre caló hondo en mis nervios y comencé a sudar frío.

Ansioso y desesperado de respuestas, miré expectante a Felicios, sentado a mi lado. Decidió ignorarme llanamente: sus orbes celestes eran incapaces de despegarse, odiosos, de su madre cuyo semblante, en la lejana punta de la mesa, semejaba la rigidez de una estatua.

- Baja el tono, madre. - respondió - Ésto durará sólo una semana y cuando acabe iré por tí si sigues tratándome como a tu lacayo. Sabes que te supero por mucho. - la ira contenida en su voz era tan grande que amenazaba con hacer arder el lugar.

Su madre, indiferente, se limitó a observarlo en silencio. Era una mujer sumamente inexpresiva y arrogante.

- Ahora mismo tu poder no te sirve de nada. Asi que dilo, si quieres que acabe. - persistió.

¿Qué obtenía al obligar a su hijo de esa forma? ¿Lo hacía por mero sadismo?

El rostro de Felicios se torció macabro.

- Cierra la boca, mujer. No hablaré si no quiero. Ni siquiera sé porqué sigo viniendo aquí... -

Se levantó el rubio de su silla, enfurecido, determinado a salir. Yo me dispuse a seguirle.

- No puedes irte. La Semana Pacta incluye también tu obediencia bajo nuestro techo. Harás lo que se te pida. -

La seca advertencia de la mujer hizo que Felicios se detuviera en el umbral de la puerta. Estando detrás de él, pude ver como se volteaba con una expresión desfigurada.

Era un odio... indescriptible. Hizo que me espantara. Pero no era a mí a quien dirigía el gesto.

Fuera de sí, atravesó el salón rápidamente hasta llegar a su madre, como si fuese a abalanzarse sobre ella. Una vez estuvo a su lado, lentamente, apoyando una mano sobre la mesa, se inclinó acercándose a su rostro. Ella lo ignoró, mirando al frente como si nada pasara.

- Has ido lejos y lo pagarás caro. - susurró áspero, mirándola con infinito desprecio. No hubo respuesta.

La tensión era tremenda. El resto de la familia observaba en suspenso, quietos y atentos a lo que sucedía, incapaces de meter bocado en el asunto.

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