XXVII - "L'indomabile Domina"

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La sola visión de Jacobo desprevenido en el suelo inyectaba todas las venas de mi cuerpo. Quería destrozarlo, no soportaba la sola imagen de su existencia. Y él lo sabía.

Estando completamente desnudo, subí mis pantalones rápidamente y recogí del suelo una pintoresca navaja, de las que usaban las mujeres para flagelarme. Al ver mi intención asesina, Jacobo se incorporó, pálido y tenso. El muy imbécil sabía que le costaría caro lo que me había hecho, y también sabía que era muy capaz de vencerle en una pelea limpia.

Ante la locura del ambiente, las diablesas se alejaron apresuradamente, dejando a Jacobo a su suerte. Observaban en la distancia, confundidas, midiendo la situación.

Arma en mano, eufórico y descontrolado, me acerqué de frente a Jacobo. Los gritos de la muchedumbre me enloquecían aún más. El colorado, al verse atacado, se cubrió con ambos brazos la cabeza.

Pero no era su cabeza lo que quería cortar. No aún.

Con un fuertísimo navajazo, en el que puse toda fuerza posible, corté su miembro sin más. Él dió un grito espantoso y cayó arrodillado, retorcido de dolor, insultando entre alaridos. La multitud de demonios exclamó, emocionada.

Jamás había hecho algo tan cruel y sanguinario, pero no estaba en mis cabales. Estaba explotando, cansado del maltrato y las injusticias. Solo pensaba en matarlo, nada más importaba en ese instante.

- ... ¡Bastardo desquiciado! - gimió, levantándose del suelo con dificultad, mientras apretaba con ambas manos sus genitales sangrientos. Era una imagen muy visceral.

Su resistencia al dolor me sorprendió en un principio, pero al instante recordé: Jacobo no era un simple humano, era un poderoso demonio.
Por lo que, aunque recién le había cercenado el miembro, él ya estaba de pie y listo para dar pelea.

Espasmos y temblores recorrían su cuerpo debido al punzante dolor, más se mantenía firme y dispuesto a hacerme frente. Nos unía un profundo y encarnado odio, ambos deseábamos la destrucción ajena.

Solo uno saldría vivo... Y yo parecía tener ventaja.

Una vez más, peleamos como animales. Puñetazos, filosos cortes y esquivos. Jacobo gritaba e insultaba mientras luchábamos, impotente. Yo no emitía sonido alguno, estaba en un trance violento que sólo me permitía concentrarme en atacar.

En un instante único, lo tomé desprevenido, y sin siquiera pensarlo, dí otro corte en su piel, esta vez en su yugular. Le destrocé el cuello.

Cayó al suelo, ahogándose en su propia sangre, apretando la herida con sus manos, intentando retener los rojizos chorros de hemoglobina.

Intentó pararse, pero estaba tan débil por la bestial pérdida de sangre, que solo lograba resbalarse en ella.

Desesperado, estiró sus manos hacia las diablesas, que miraban tensas la escena desde una esquina. Les pedía ayuda.

Las mujeres, al ver el pedido de auxilio, salieron en su defensa viéndolo casi derrotado. Rápidas, se abalanzaron sobre mí con ira en sus ojos y con filo en mano.

Me preparé para defenderme con todas mis fuerzas, pues no sería fácil luchar con dos diablas a la vez, más aún estando armadas.

Una se de ellas se me acercó a una velocidad atroz, e intentó acometerme, alzando el puñal y apuntando a mi pecho. Fué tan rápida que apenas sí la percibí.

Pero antes de que llegara a tocarme siquiera, oí el chasquido de unos dedos, y luego, al instante, un estallido visceral.

Se le estalló la cabeza, frente a mí. La violenta explosión me salpicó toda la cara y torso.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora