XXXVII - "Spettatore come punizione"

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Al oír su imperiosa sentencia me volteé a verlo incrédulo. ¿Pretendía que por ser su sirviente también era su juguete sexual?

- ¿Y entonces qué? ¿Vas a obligarme a tener sexo? ¿No habías dicho que nunca harías algo así? - increpé, poniendo en duda sus propias palabras.

Al oírme se fastidió en lo más profundo de su ser: no podía contradecir sus propias palabras, se vió acorralado.

Y allí sentado, desnudo entre sábanas, me dedicó la peor mirada hasta entonces. Un brillo asesino centellaba en sus ojos. Era una mirada tan terrible y rencorosa, poderosa, que semejaba a la de un Dios cuyo orgullo había sido herido. Con ambas manos sujetaba las suaves telas que lo rodeaban, y se contraía de furia, sus bellos músculos todos tensos.

- ...Vete a la mierda. - dejó salir entre dientes, como el siseo odioso de una víbora. Continuó diciendo:

- Una sola cosa necesitaba, sin compromisos ni pensamientos exteriores... ¡Tan bien lo estabas haciendo! Y de repente te frenas, te pones todo tibio y reflexivo ¿Cuál es tu problema? -

- ¿Cuál es el tuyo? Jamás me buscaste. Por el contrario: siempre afirmaste no tener la más mínima atracción hacia mí. Y hoy te me arrojas sin explicación... - hice una breve pausa, pensativo - No puedo continuar con ésto. Fué un error. Ni siquiera pensé lo que estaba haciendo... - susurré al terminar, invadido por el arrepentimiento.

- ¡Pero qué estupideces dices! No necesito que me "atraigas" para meterte entre mis piernas. Eres tan dramático como una mujer... - puso los ojos en blanco, harto. Y antes de que pudiese responder a sus barbaridades continuó así:

- Es más, me sorprendió tu arrojo: me desnudaste con la brutalidad de una bestia. Me arrancaste la ropa. Fué de lo más candente que me ha pasado en largo tiempo ¡Y lo arruinaste! ¿Es que eres tonto o bipolar? -

- ¡No lo soy! ¿Acaso no me escuchas? ¡Tu actitud fué lo que me desconcertó, idiota! -

¿Debo destacar lo bizarra que era la situación, siendo que ambos estábamos desnudos, con erecciones, y enojados el uno con el otro?


- ¿Si tan desconcertado estabas, entonces por qué aceptaste mis avances? Mentiroso, sé que lo estabas disfrutando. Te detuviste sólo por cobardía, lo sé. - escupió indignado, envenenado, con los ojos enrojecidos.

Ante sus conflictivas respuestas, me acerqué furibundo, señalándolo con el dedo.

- Acepté tus avances porque nadie jamás podría haberse resistido a eso. Me tendiste una trampa y caí en ella, no me eches la culpa. Y llámame cobarde si quieres, pero no seré parte de un jueguito que ni siquiera entiendo. -

El calló por un instante, yo proseguí:

- Algo raro hay aquí. Te comportas extraño desde la mañana. Y aún peor luego de la reunión, de la que saliste prácticamente corriendo. ¿Me dirás de una vez qué te sucede? - pregunté serio.

- ¿Por qué te preocupa tanto mi ánimo? ¿Eres mi esposa acaso? - se burló, evadiendo mis interrogaciones.

Firme e insistente en mi pregunta, lo miré bien fijo y en silencio, quieto como un mueble. Demandaba una respuesta.

Hastiado ante mi insistencia, me miró con reproche. Al instante, cediendo finalmente, hizo silencio y tomó una postura pensativa. Por unos momentos recorrió la habitación con la mirada, como si tuviera la esperanza de encontrar en ella algo que lo ayudara a ordenar lo que quería decir.

Cuando se vió a punto de responder, se arrepintió y frenó las palabras que ya asomaban por sus finos pero carnosos labios.

Frunciendo el rostro todo con infinita bronca, enojado ahora consigo mismo por casi dar el brazo a torcer, Felicios se incorporó de la cama de un salto, como un resorte. Se dirigió a la puerta de entrada rápido, bruscamente, sin un ápice de pudor por su total desnudez.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora