XXX - "L'iracondo"

110 15 6
                                    


- ¿Es que te vas a quedar mirando, o me dejarás pasar? - habló burlón el rubio.

Al ver ante la puerta a Felicios tan magullado, repleto de rasguños, sangre y moretones, yo también me sorprendí, estremecido en mi silla.

- ¡Por supuesto! Pase, señor Felicios. - vociferó nervioso con su aterradora voz, haciendo una apurada reverencia e invitándolo a pasar con la mano. El rubio entró sin más. - ¡Por Lucifer! ¿Qué le ha ocurrido? ¡No tiene ni un rincón del cuerpo sano! - exclamó el esqueleto al observarlo, cubriéndose la boca con las manos.

El rubio lo miró con molestia.

- No seas escandaloso, son solo unos rasguños. Podría haberme curado, pero decidí venir primero. ¿Tardé demasiado, muñeco? - preguntó despreocupado, mirándome.

Su terrible apariencia no paraba de distraerme. Era dispar verle hablando tan tranquilo con lo mal que se veía.

- Si vienes para llevarme contigo solo dilo y déjate de rodeos. - respondí tajante.

Él levantó una ceja.

- Vaya humor traes... pero no te culpo, tienes muchas razones para tu mal ánimo. Vámonos a casa entonces y sin apodos, Valentino. - dijo, e hizo una reverencia indicando la puerta. No supe si lo hizo como buen gesto o burlándose, pues con éste desgraciado nunca se sabe.

En silencio, me adelanté hacia la puerta. Felicios me seguía por detrás. Cuando llegamos al arco de la puerta, que permanecía abierta, Ánandros se hizo oír. Nos detuvimos.

- ¡Espere! Tiene el cuerpo muy maltratado, señor Felicios. Déjeme prepararle un té, no se vaya así. - ofreció preocupado el esqueleto. Felicios volteó con molestia.

- No lo necesito, sabes bien que me puedo curar sólo. Me voy a casa y me llevo a mi criado - dijo señalándome y continuó - Nos vemos, Huesos. - se despidió sin tacto.

- Si así lo desea señor, adiós entonces. - volvió a encorvarse en una reverencia - Y usted cuídese, joven demonio. - le asentí en silencio.

Sin más, el obediente gigante óseo se volteó y se dispuso a guardar las tazas de té en la cocina, con tranquilidad.

Al instante, Felicios retomó la marcha hacia la puerta. Yo quedé parado divagando, pensando en lo frías y distantes que eran las relaciones entre demonios. Sus despedidas carecían del afecto humano al que yo estaba acostumbrado.

Al notar que no lo seguía, el rubio se volteó y posó su mano detrás de mi cintura. La deslizó lentamente hacia abajo como una caricia y luego me empujó levemente, como incitando a que lo acompañara. Ante su repentino tacto cariñoso, lo miré sorprendido y con disgusto. Me devolvió el gesto sonriendo pícaro. El muy desgraciado lo hacía a propósito para enfadarme. No tenía consideración.

Irritado, quité su mano con brusquedad y me encaminé hacia la puerta, masticando mi orgullo. Él me seguía por detrás, de cerca, con sus tacones rebotando contra el suelo de piedra. Salimos.

Ya lo he dicho antes: jamás me acostumbraré al paisaje infernal. Allí, tan arriba entre las rocosas cavernas, no dejaba de admirar ese cielo negro y profundo, sin nubes ni astro alguno.

Apenas pusimos un pie fuera, nos encontramos de frente a un muchacho. Era palido, de contextura menuda y ojos muy oscuros, que contrastaban con su clarísimo cabello rubio, casi blanco y muy corto. Vestía una túnica púrpura muy elegante, y tenía una actitud templada e inexpresiva. Subía por la colina cavernosa tranquilo y lentamente, ignorándonos.

Tuve la sensación de que ya lo había visto antes. Y efectivamente era así, pues se trataba del mismo muchacho que acompañaba a Ánandros cuando lo conocí en aquel sombrío bar. Éste chico era su amo, o eso me dijo él.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora