XXXIV - "Sottomissione"

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- Saludos, querida hermana. - miró cándidamente a Velia, madre de Felicios, para luego reojear a todos, diciendo:

- Familia Dansatoare, caros de mi corazón, yo los saludo. Vengo de visita. -

Hablaba risueño y cortés Asmodeo, rey infernal, que hacía tan solo instantes había irrumpido en la habitación.

- ¡Salve, gran Rey! Es siempre un honor tenerte en nuestro banquete. - saludó Flavio, devolviendo la cortesía.

Ante el grácil saludo formal, toda la familia (excepto Felicios, por alguna razón) agachó la cabeza en gesto de respeto y sumisión, repitiendo:

- Salve, gran Rey. -

Quedé anonadado. Obviamente no fui parte de ese extraño saludo sumamente formal.
Simplemente permanecí estático, observando al inquietante personaje que acababa de entrar.

Era alto. Su cuerpo, intermedio entre flaco y corpulento, estaba levemente tonificado. Tenía aspecto joven pero no fresco, como un hombre de 30 años. Su piel trigueña se fusionaba con las enruladas tiras de su cabello, que caía en semi largos bucles amarronados y dorados. En su rostro, característico y exótico, resaltaban dos finos ojos esmeraldas, delgados y perfilados labios, y una nariz pequeña y levemente ganchuda.

Era un hombre muy llamativo, magnético. Algo en él hacía que te le quedaras mirando.

Vestía ostentosas galas. Un traje verde, finísimo, con frondosas pieles claras sobresaliendo por cuello y mangas. En el pecho, un largo y ancho tajo dejaba su torso al descubierto, lo que le daba un toque inevitablemente sensual. Su uso de joyas era muy discreto y acertado: algunos anillos dorados, un collar de rubíes, y demás pequeños detalles en oro. Sin mencionar el riquísimo perfume que de él emanaba, que llenó la habitación poco a poco.

Era, sin rodeos, encantador. Pero al mismo tiempo una incomodidad suprema surgía al verle y estar cerca de él. Una sensación incontrolable de intranquilidad, de miedo, de peligro.

Como mencioné antes, nunca he sentido nada igual. Inexplicablemente, recién lo conocía y me sacudía de pavor.

- Parece que he llegado en momentos turbulentos ¿Verdad? - preguntó observando a Carmilla y Felicios, a los que se topó luchando brutalmente.

Ambos, ya separados y olvidada la riña, permanecían quietos uno al lado del otro, expectantes. Como dos niños descubiertos por sus padres en medio de una travesura. Carmilla se veía espantada, pero Felicios se mantenía incólume. ¿Acaso lo hacía para demostrar que nada le importaba? ¿O era genuinamente tan indiferente a todo?

- Podría decirse que sí, Gran Rey... Lamento que nos haya visto así, tan impresentables. - se disculpó Carmilla, visiblemente nerviosa, sacudiendo con ambas manos el polvo de su ropa, arreglándose rápidamente.

- No es molestia, hija. Ve a sentarte. - habló con calma, tomando y besando la delicada mano de la fémina, a modo de saludo. Aunque se comportaba amigable, su tono se delataba, en lo profundo, inflexible. Como un tirano que finge amabilidad.

Miró al rubio, que se mantenía observándole seriamente, en silencio. Yo estaba un poco lejos de ambos, pues con la lucha y todo, me había distanciado para no recibir algún golpe desbocado.

- Oh, carísimo Felicios ¿Sigues causando problemas, bella criatura? Quizá por eso nunca me aburro de tí... - habló empalagoso, coqueto.

Felicios sonrió levemente y se inclinó besando su mano, mientras respondía:

- Es lo que todos dicen, rey Asmodeo. -

El monarca demoníaco echó a reír, gozoso.

Una vez "saludó" a su tío, el rubio tomó asiento a mi lado como antes, como si no hubiera pasado nada. Al notar mi presencia, Asmodeo levantó las cejas y me miró directo a los ojos. Un escalofrío recorrió mi espina.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora