XVI - "Assetato"

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Apenas entré al bar, sentí un bello cambio de ambiente. Aquí había una tenue música clásica y un ambiente tranquilo, cálido, por lo que se diferenciaba mucho a los lugares que había visitado anteriormente.

Parecía un bar europeo normal, elegante y bien iluminado, prolijo. Las paredes de color crema y el mobiliario de oscura madera le daban un toque de clase. Era relajante, de alguna forma. Y, sinceramente, eso no encajaba mucho con los estándares de un infierno.

El lugar era pequeño y el techo alto. Éramos pocos dentro, cuatro para ser exacto.

El encargado del bar aparentaba una mediana edad, calvo y sereno, se encontraba detrás de la barra desempolvando copas, mientras sostenía una animada charla con el acompañante del esqueleto, el muchacho albino.

Me limité a seguir al enorme demonio, que me guiaba encorvado hacia una de las mesas del fondo. Parecía no tener intenciones de que nos sentemos junto a su acompañante, y eso me extrañó, pero no pregunté al respecto.

Nos acomodamos lejos, en unos sillones de oscuro cuero, que costeaban una mesita redonda.

Él se sentó, con dificultad por su gran tamaño, en uno de los sillones frente a mí, y me observó. Levanté una ceja, expectante.

Le pidió algo para beber al encargado y volvió su atención a mi rostro.

- Creo que he sido un maleducado al no presentarme. - dijo, con su imponente voz.

- No necesito tu educación, te pido respuestas. -

Él suspiró, e ignorando mis palabras, prosiguió a presentarse educadamente.

- Mi nombre es Ánandros. Y tú, ¿Cómo quieres que te llame? -

Su nombre era rarísimo, ¿Griego, quizás?

- Me llamo Valentino. ¿Qué es lo que querías decirme? Vé al grano. -

El hombre calvo trajo una hermosa bandeja de plata con dos copas y una botella. Las dejó sobre la mesa, destapó la botella y se dió la vuelta, haciendo una reverencia. Ánandros le agradeció.

- Escucha, no he venido a tomar un trago. Háblame o me largo - comenté tajante, pues la desconfianza afloraba una creciente ansiedad en mí.

Él suspiró otra vez, con resignación.

- Bien, supongo que tienes razón. -

Esperaba una respuesta más agresiva viniendo de un demonio, pero había algo distinto en él. Hice silencio y lo observé, esperando sus palabras.

- Primero que todo, estás realmente en ese lugar conocido como "el infierno". Supongo que esa parte ya la sabes. -

Asentí.

- Bien, todos los seres que aquí habitan son demonios. No existe otra forma de vida. Tu humanidad fué erradicada apenas cruzaste el limbo. Eres un demonio, también. -

- ¿Limbo? - pregunté confundido.

- Así es. Aquél túnel frío y oscuro que atravesaste es el limbo. Todos lo experimentan, es la conexión entre la muerte y el paradero del alma. ¿Puedes recordarlo? -

Asentí, lo recordaba perfectamente.

- En fin, caíste del limbo al infierno, por un agujero en el techo de una cueva ¿Verdad? Pues ese no es el único agujero conectado al limbo, hay cientos esparcidos por todo el infierno y de ellos caen cientos de nuevos demonios todos los días. -

- ¿Cómo sabes dónde caí, si hay tantos agujeros? - pregunté con desconfianza y espanto.

- Lo sé porque hablan de tí. Todo el infierno se enteró de los escándalos que causaste en el prostíbulo de los Dansatoare, de tu rebelión y astucia. Personas que estuvieron allí para verte me hablaron de tí. Creí que ya estabas al tanto de tu fama, todos saben de dónde vienes. -

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora