XII - "Il Palazzo, Guarigione"

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Saber que nos dirigíamos hacia su hogar no inspiró tranquilidad alguna en mí. Si bien ningún lugar me ponía a salvo de él, estar es su propia casa solo le daría más libertad si quería hacerme daño. Intenté no pensar mucho en eso.

Mientras nos adentrábamos en la bellísima cueva, observé más atentamente su paisaje.

La altura del lugar era inmensa. Estaba decorado de arriba a abajo, de techo a suelo, delicadamente, con colores claros, bellos y placenteros.

En el centro, lejos, se podía apreciar una enorme, muy descomunal, lámpara araña que colgaba desde el techo. Las casas, que más bien se asemejaban a palacios y mansiones, eran un espectáculo. Un lugar pulcro y de decoraciones plenamente europeas, cómo si del mismísimo Vaticano se tratase.

Estaba hipnotizado por la increíble apariencia utópica del lugar. Igualmente, el lujo y la belleza no curaban mis dos brazos rotos.

El punzante dolor que sentía abatía cualquier otra sensación o sentimiento, apenas sí me permitía pensar, y de milagro mantenía la consciencia, que se me escapaba como arena entre los dedos.

Ya mi destruído labio inferior no era de mucha ayuda para aplacar el sufrimiento.

Felicios se mantenía sereno, relajado y callado. Volábamos a una altura muy, muy elevada. No pude hacer más que tragarme mi horror a las alturas.

Raramente, la falta de aire que me atormentaba se había vuelto muy leve, casi ni se sentía.

"¿Habrá sido un golpe de calor por el susto? Él dijo que eran... cambios a los que mi cuerpo debía someterse." - pensé.

Obviamente, al estar yo colgando de su espalda, no podía ver claramente hacia dónde se dirigía. Lo único que podía sentir era que el rubio volaba en linea recta, atravesando el lugar. Él no demostró intención alguna de frenarse en la ciudad que se abría bajo nosotros. Pero si su hogar no estaba en la ciudad, ¿Entonces dónde?

"Quizás... en éste extraño lugar son todos unos desquiciados como él." - pensé, mientras mi mirada se perdía entre los lujosos rincones de la ciudad, que se extendía con resplandor debajo de mí.

A medida que nos adentrábamos más, Felicios iba disminuyendo la velocidad, moviendo lentamente sus alas.

El viento caliente dejó de palparme la cara y de mover mis cabellos.

Y, ¡Oh! si tan solo pudiese explicar el asqueroso dolor que me producía el más mínimo roce con mis brazos. Punzante, cruel y mordaz.

Todo el sufrimiento y la histeria que había acumulado derivaron en un dolor de cabeza. Me palpitaban las sienes.

"Debo aguantar."- me dije a mí mismo.

Si quería salir de allí, lo mínimo que debía hacer era aguantar el dolor.

Cerré los ojos, debilitado y temeroso de perder la consciencia. No quería ver ni sentir nada, quería desaparecer por un instante. Aquello mismo había puesto en práctica cuando sometían al pobre jovencito pelinegro.

Luego de un breve lapso de tiempo, sentí cómo Felicios se detenía, e intrigado, abrí los ojos.

¿Habrá llegado? No veía bien desde allí atrás.

Sentí que se inclinó y estiró sus alas hacia atrás, inmóviles, quedando en caída libre. Como es de esperarse, me llevé un susto tremendo, pues no estaba precisamente en la posición más segura. El viento chocó con violencia mi cuerpo y rostro, y sus movimientos bruscos solo me causaban más dolor.

La altura de vuelo bajó y quedamos cerca del suelo. Pude apreciar de cerca la opulencia y belleza del lugar, que era una ciudad verdaderamente paradisíaca. Aunque Felicios se alejaba de ella, acercándose a un acantilado.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora