XIX - "Benvenuto in famiglia"

218 29 10
                                    

Nos dirigimos al Palacio, que se erigía hermoso entre las rocas, abrazado por unas pétreas murallas blancas. Una vez cerca de la entrada, Felicios bajó la velocidad de su aleteo, hasta dejarse caer lentamente. Quedamos a los pies de la enorme pared que protegía la mansión. En ella había una gran puerta, era altísima y tenía unos grabados únicos, antiguos.

Felicios, apurado, escondió sus alas y se agachó, indicando que me bajara.
Distraído por la grandeza y belleza del lugar, le hice caso sin dudar ni preguntar.

Se acercó a la puerta y la golpeteó con impaciencia, y ésta se abrió lentamente. Acto seguido, se adentró a paso rápido, y yo fuí detrás.

El ambiente dentro era un paraíso.

Un hermoso y extenso jardín rodeaba al imponente Palacio. Bien cuidado y con miles de variedades de tonos brillantes y verdes, hacía que pierdas la cabeza y te enamores de sus colores y de su gracia. Estatuas y fuentes se encontraban por donde uno mire, incluso había un laberinto a la lejanía.

El sonido del agua cayendo y el fresco aroma a flores... Era un lugar de gracia sin igual.

Me encontraba embobado mientras caminaba tras Felicios, no me alcanzaban los ojos para admirar tal espectáculo. Tanta hermosura hacía que, por un breve momento, olvide la espantosa situación en la que estaba.

Se sentía como un gran alivio, como una bocanada de aire fresco. Por fin encontraba un lugar que me recordaba a mi hogar... Al mundo humano.

Nos dirigíamos recto hacia lo que parecía ser la entrada del Palacio.

Era un edificio precioso, antiguo pero deslumbrante. De color crema, con grandes ventanas y cortinas, columnas y grabados. Se erguía una cúpula en lo alto.

Realmente, me era imposible creer que aún seguía en el infierno. Era un paraíso encarnado, un jardín del edén.

Al llegar a la entrada, sin dudar, Felicios giró el dorado picaporte de la puerta. Antes de entrar, se dió la vuelta y me miró fijamente.

- Valentino, no te despegues de mí. -

Yo le asentí, confundido por su petición.

Ahora más calmado, el rubio retomó un caminar menos apurado y entró. Lo seguí.

Dentro, el lugar parecía el vaticano. Lujo, lujo y más lujo. Oro y mármol, óleo y seda. Era tanto que no dejaba de sorprenderme.

La habitación era gigantesca, el techo altísimo. Con cuatro puertas: la entrada, una en el centro y dos a los costados. Felicios optó por la izquierda. Se oía un gran barullo dentro.

Al entrar, lo primero que ví fueron varias personas sentadas alrededor de una larga mesa. La mayoría de ellos eran rubios y de ojos claros, cosa que me llamó la atención.

Discutían acaloradamente, pero eso cambió cuando realizaron nuestra presencia. Callaron y nos observaron, en silencio.

El mutismo era interrumpido de vez en cuando por un susurro burlón destinado a mi apariencia, y la de Felicios. Se sintió como cuando llegaba tarde a la escuela.

Uno de ellos rompió el silencio. Felicios se mantenía indiferente, como si no le importase la situación, ni las malas pintas que traíamos, yo en especial, que estaba semidesnudo y mugriento.

- Me alegra que al fin hayas decidido mostrar la cara por aquí, estuvimos un largo rato esperándote, Felicios. - habló uno de los tantos rubios presentes, de aspecto serio y maduro.

El hombre, que se encontraba sentado en un extremo de la mesa, tenía cierto carácter dominante. Y, como la mayoría de personas en la sala, tenía un gran parecido con Felicios.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora