IX - "¡Venduto!"

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El sonido chirriante de la antigua y pesada puerta, abriéndose a manos del rubio, me sacó bruscamente de mis filosofías. Nos adentramos.

La habitación parecía estar situada detrás de un escenario. Había una espesa capa de humo amarillento, el cual desprendía un aroma dulce y encantador, similar al aroma de los jazmines.

Comencé a sentirme más ligero y acalorado, desorientado. Aquella sensación me espantó, pues mi consciencia iba y venía como las olas del mar.

Pude apreciar unas grandes cortinas color crema en medio de la habitación, cumpliendo un papel divisorio. Por las cortinas se colaba un gran barullo, como de espectáculo. Tras ellas se distinguía un escenario.

El ambiente era parecido al anterior, repleto de un gentío nervioso.

Había varios dresuar* con sus respectivas banquetas, todas ocupadas.

Y yo me encontraba muy descompuesto. El entorno me giraba lentamente, y con el tiempo entendí que el humo influía en mi malestar. Me mareaba y adormecía, tenía algo.

Felicios me bajó de su hombro y me dejó con delicadeza sobre un banquito, sentado cerca de uno de los dresuar. Me desconcertó su actitud, ya que sus anteriores tratos hacia mí fueron todo menos delicados.

Él se levantó y se alejó entre el pequeño tumulto de personas de la habitación. Pensé en escapar, pero nuevamente realicé que en mi estado no tendría oportunidad. Intenté analizar mi entorno, entorpecido por mi borrosa visión. Igualmente, podía distinguir siluetas y formas. No estaba ciego, solo atontado.

A mi lado había una persona bastante tiesa, sentada en el banquillo. La maquillaban y producían. Ésta escena parecía repetirse en todos los dresuar.

Las personas sentadas estaban muy quietas. Esperaba no estén muertas, eso definitivamente sería la frutillita del postre.

Felicios volvió, trayendo entre sus manos un trapo y otras cosas que no distinguí bien.

- Estáte quieto. - ordenó seco.

Lo miré con desconfianza, en alerta.

Él acercó el pañuelo hacia mi rostro y lo esquivé con torpeza.

- Oye, deja de ser tan tarado y quédate quieto. -

- ¿Por qué... debería? - murmuré con dificultad.

- Por que yo lo digo. -

Intenté observarlo fijamente, con el entorno dándome vueltas, y le dediqué mi mejor expresión de rebeldía.

- Ah, no tiene caso hablar contigo. - dijo y suspiró, fastidiado.

Me tapó la boca con una mano, fuertemente, apretando mi cara, sosteniéndola para que no me moviera.

Intenté morderle un dedo, pero no pude, errando mis mordizcos, mareado. Y mis extremidades parecían de goma, no tenían la mínima fuerza necesaria. Mis manos resbalaban sin fuerza sobre la camisa del rubio en un intento de defenderme. Él me ignoraba.

Me sentía tan inútil e indefenso. Y aunque estropeaba mi orgullo, no iba a rendirme.

Para mi sorpresa, él comenzó a limpiarme la cara con el trapito que llevaba en la mano, con delicadeza. Y aunque lo hacía con cuidado, se lo notaba ansioso, dejaba escapar largos suspiros.

Pensé que me haría algo más macabro que lavarme la cara.

Cuando terminó, sin soltarme el rostro, con su otra mano alcanzó un frasquito con líquido, que destapó con un sólo dedo. Luego lo vertió en mi cuello. Desprendía un aroma dulce y rico.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora