Familia Nardacchione. Sexta parte, Reconciliación a base de sexo.

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La habitación estaba destrozada, muebles volcados, sábanas por el suelo, junto mecheros, relojes, papeles y cosas de poco valor. Edgar estaba apoyado sobre una pared, dormido y con la cabeza en una mala postura. No podía dejarle así, por mucho que me hubiese hecho era incapaz. Me agaché a su altura y puse la palma de mi mano en su mejilla. Notaba el calor que desprendía su cara, estaba tan mono durmiendo y yo le estaba tocando con mis sucias y frías manos.

Arrugó la nariz—Edgar—susurré. Abrió los ojos y hundió su mandíbula en mi mano. Guardó su cuello en mi hombro bueno y noté como aspiraba de él ¿acaso me olía la ropa mal?

Me llevé la manga a la nariz, no sé si es que no olía por la hostia de antes pero a mí me olía normal, a como solía oler mi ropa. Se me estaban empezando a cargar las piernas de estar en esa posición pero no me quería ir.

No sabía bien qué hacer en esas situaciones —Perdóname— le escuché decir.

Hundí mis dedos en su pelo mientras le acariciaba despacio—Claro que te perdono vida—dije con un hilo de voz.

—Lo del codazo fue totalmente sin intención.

—Lo sé— le apreté más fuerte, su cabeza en mi hombro. Notaba un líquido cálido rondando mi clavícula. No sé si Edgar estaba llorando, pero en el caso de que lo estuviese haciendo no lo quería preguntar porque pararía de hacerlo. Además creo que es la primera vez que alguien veía llorar a Edgar. Le tomé de la mano y entrelacé sus dedos con los míos. Me senté en sus piernas porque sentía que mis gemelos iban a estallar. El no rechisto al respecto. En la habitación apenas entraba luz y me guíe por tacto más que por otra cosa. Toqué sus nudillos, las heridas habían aumentado y eso estaba aún reciente. Me llevé un dedo a la boca. Hierro. Sabía hierro. Estaba sangrando. Encendí la lámpara de la mesilla despacio y él se tapó los ojos. Debería estar deslumbrado, Dios sabe cuánto tiempo llevaría a oscuras aquí. —Perdón—susurré. Me aproximé al betadine y procedí a hacer lo mismo que había hecho antes —Debes prometerme que no lo vas a volver a hacer— dije amenazándole.

—Vale—susurró.

Levanté la mirada y miré a sus ojos, estaban acuosos, sí, había llorado. Cuando se fijó sabía perfectamente en lo que estaba pensando, bajó la cabeza. Le cogí con cuidado de la barbilla y le obligué a mirarme. Él llevaba los ojos hacía otra parte, siempre escapándose de los míos.

—Mírame—sonreí y lo hizo —No vale con que digas “vale”, tienes que decirlo de verdad. —volví a sonreír levemente.

—No lo volveré a hacer— su labio inferior temblaba.

Terminé de curarle y él miró hacía lo que había hecho—En la cena se me fue la cabeza— comenzó a explicarse.

—No quiero hablar del tema— dije metiendo todo lo que había utilizado en una caja. Asintió y me cogió a peso. Me llevó al baño y me subió al lavabo. Le pedí que me quitase la correa  y lo hizo con cuidado, me saqué con cuidado el brazo. Me quité la ropa y miré en el espejo mi hombro, moví el cuello hacia un lado, estaba amarillento, pronto me aparecería un moratón, lo moví un poco, para empezar a tener movilidad. Me dolía, pero creo que era más por el tema del hematoma no nada interno.

Edgar se acercó y me besó el otro hombre. Conduje su cabeza a mi boca y le besé. No sé cómo podíamos estar tan bien después de todo lo que había pasado. Me quedé besándole hasta que me tuve que apartar para respirar. Me volvió a coger y me llevó hasta la cama, mis heridas estaban a la vista y me sentía incómoda. Me dejó caer despacio y me quitó el sujetador, porque sinceramente, con una mano, yo no podía. Pasó sus manos con cuidado de no tocar ninguna herida. La habitación aún seguía patas arriba pero mi maleta estaba tal cual la había dejado. Se fue a buscar lo que me puse ayer para dormir y lo trajo. La verdad es que tenía frío.

Punto muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora