Familia Nardacchione. Segunda parte, analgésicos.

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Dormí más de la cuenta y cómo no estaba acostumbrada a tomar pastillas me entró una jaqueca enorme al despertar. Bajé y me tome un paracetamol. 30 minutos después Edgar ya estaba golpeando mi puerta. Le abrí y me siguió hasta mi habitación. Se sentó en mi cama, la que había hecho anteriormente de forma rápida.

—Se me ha pasado la hora—comenté aún en pijama.

—Ya veo, ya—me empecé a desvestir para ponerme al rápido.

—No mires tanto, que ya has visto todo—me reí.

—Siempre me apetece ver más—me cogió del brazo y me tiró sobre él. Se tumbó en la cama y empezó a quitarme poco a poco lo que me había puesto.

—Para—me quejé riéndome. Me lo volví a subir y él lo volvió a bajar. Me besó el cuello. —Perderemos el autobús…—dije en  voz baja.

—Da igual, hay otro después—subió a besarme la mandíbula.

—Pero…—Me calló besándome en la boca y cedí.

Dejé que me desvistiese y mientras rebusqué un condón en la mesilla. Saqué el primero que vi y le miré dudosa. Se rio y sacó uno diferente de su cartera —Vale…—repuse.

La ropa fue desapareciendo sin darme mucha cuenta y de un minuto a otro no había absolutamente nada más que sábanas.

Toqué el pecho suave de Edgar y bajé hasta su abdomen con la mano. Me sonrió. Repasé el pequeño tatuaje que tenía al lado de la pelvis con la yema de mi dedo índice.

—He pensado hacerme otro por estas navidades. —volvió a sonreír.

—¿Dónde? —Me senté encima de él. Me llevó la mano hasta su hombro y bajó hasta su muñeca —¿Tan grande? —Sonreí.

—¿No te gusta?

Negué. —Me encanta—Fui a besarle.

No hizo falta hablar mucho más. Ahora me sentía más cómoda que en Poveglia y con más seguridad y confianza. Mis manos iban de su nuca a su pelo y después a su espalda, la hacía repetidas veces. De vez en cuando ponía ambas en su pecho, pero en resumen eso fue todo. Hasta que me dejó abajo a mí.

—Me estoy muriendo de calor —dije antes de que empezase el segundo asalto.

—Eras tú la que estaba tapándose casi siempre con la sábana—la arrancó y la tiró al suelo.

—Primero—dije— había hecho la cama, imbécil. Segundo, sabes de sobra que no me gusta mi cuerpo.

Me lo manoseó y empezó a besarme la clavícula —Pues a mí me encanta. —Noté como succionaba un pedazo de mi piel abajo e la clavícula y a comienzos del pecho. Me reí bajo y entrelace mis piernas en su cadera.

—Qué culo más suave bebé. —me reí. Y empezó de nuevo. Tenía cara de concentrado, notaba el cabecero haciendo ruido contra la pared. Como entren mis hermanas me muero. Puse una mueca y me miró —¿Pasa algo? — Le llevé la cabeza a mi cuello cómo señal de que siguiera y negué. Levantó la cabeza de nuevo.

—¿Bebé? —alzó una ceja

—Era broma inútil. —me reí.

                                                                   *

El hizo la cama mientras yo me duchaba, estaba sudada y necesitaba relajarme un poco con todo lo que había pasado, el terminó antes que yo y se enroscó una toalla en la cadera.

—¿De verdad necesitas todo esto para salir? —Saqué la cabeza por la mampara de la ducha y vi que señalaba a mi plancha del pelo, mi maquillaje, mis perfumes, en fin mis cosas.

Punto muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora